jueves, 26 de abril de 2012

Orfebrería de relojes mudos


 En compañía de una ventana
abierta a un horizonte,
que no distingue entre amaneceres y ocasos;
sumido en una concentración,
donde el adelantado español
comparte distendido un juego de cartas
con el mandatario republicano,
el Coronel en retiro
consagra su ostracismo
en una arcaica morada
de un vecindario rural,
ocupando todo su entusiasmo
en moldear pescaditos de oro,
que luego disuelve
en ácido
para volver a utilizar el metal
en las figuras acuáticas.

Sucesión infinita de orfebrería
que lo ensordece
de las campanadas del reloj de la plaza,
mientras los ejecutivos del tiempo
sonríen al contemplar el pintoresco
espectáculo
desde las modernas oficinas
de la urbe,
breve descanso jocoso
a su ajetreo de las fluctuaciones
bursátiles,
y del valor de la libra de cobre.

Pues los pescaditos del Coronel
no se subastan en mercados ni ferias,
y sólo sus dedos palpan la textura del metal,
y sólo sus pupilas dibujan la forma en su retina.

En las calles aledañas
los arquitectos del progreso
edifican un condominio
de los nuevos tiempos,
y la arcaica morada del Coronel
languidece mojigata
en los humildes cimientos.

Circula el rumor de la caducidad
de la orfebrería suspendida
en el tiempo,
que invade los soliloquios interiores
del Coronel,
que reflexiona sobre la plusvalía
de sus peces de oro,
mas no titubea en su labor de moldear
figuras que desdibuja
el paso de las horas.

No vaya a ser que los peces
sobrepasen la frontera
de la conciencia,
y naveguen en el océano
del vacío,
orientados por la burla
al sentido
de los puntos cardinales.

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