“Un siglo, un día”, antología breve de
Mariela Ríos:
Palabra
de mujer
Mariela
Ríos Ruiz- Tagle (Santiago, 1951), antropóloga, escritora, poeta y narradora,
publica el libro de poemas “Un siglo, un día” con la categoría de Antología
breve, sin que esta selección, por sucinta que sea, peque de poco
representativa de su obra o sea una muestra que no contenga los elementos más
característicos de su estilo y de su singular voz poética.
Con
un excelente e ilustrativo prólogo de la poeta Ingrid Odgers Toloza, la obra
incluye dos selecciones de poemas: una correspondiente al período 1980- 1990 y
otra de creaciones recientes, alternadas en la publicación sin un orden
temático. El primer conjunto destaca por
ser poemas más escuetos que los del segundo. Priman en estos versos la economía
del lenguaje, con un tono lírico más seco que los textos más recientes, pero
con imágenes y metáforas concisas y de potencia semántica.
Los
poemas más actuales son literariamente más floridos, de pluma más suelta y en
los cuales la autora no escatima en detalles. Abundan más figuras literarias,
enumeraciones poéticas, incluso pleonasmos, y es usual que un adjetivo acompañe
al sustantivo.
Hay
un sentido más narrativo en las creaciones recientes, pero sin eclipsar el
carácter eminentemente lírico de la obra en su conjunto.
Es
inevitable notar el influjo de Parra en los poemas del período 1980- 1990, como
por ejemplo en “Imagen”, una sucinta reflexión poética sobre la identidad,
teñida de un temple taciturno.
A
juzgar por esta antología, me atrevo a definir la poesía de Mariela Ríos como
profundamente femenina, en el sentido de la mujer delicada, espiritual,
marcadamente sensible, sea desde su fina percepción del mundo como desde el
mundo que construye con las palabras: frágil y vulnerable, de suave carácter,
mas no por eso menos sentido, menos dolido. Sin embargo, es el carácter
sensible de la mujer resiliente, del ser de entereza, aquella que percibe a
nivel epidérmico pero es plenamente consciente de su biología reproductiva, aquella
que la consagra ancestralmente como un ser más tolerante al dolor por su
capacidad de albergar vida en su vientre.
De
esta forma, la sensibilidad se constata por diversas experiencias: en la fuerza
semántica de las metáforas sobre el carácter finito de la vida y la convivencia
de la muerte entre los mortales (“Calaveras deslumbrantes”); en la desilusión
amorosa y en la angustiosa soledad que añora el sensual encuentro con el
hombre, hoy ausente (“Lunas clandestinas”); en el desconcierto y sinsentido de
la vida a causa de la pérdida de la imagen materna (“Todos mis muertos”); en el
sentimiento de vacío existencial, de abrupto anonimato, de absurdo vital y de
doloroso ridículo, con bellas imágenes del mundo circense en “Canto a la muerte
de un payaso”, pero, en especial, se palpa nítidamente la entereza de mujer, con
su acogida amorosa, de ánimo colaborador y, principalmente, de fértil
omnipresencia, en el poema “Comunión”. El sólo título alude a estos valores, no
obstante la autora identifica el espíritu universal de la matriz con la
naturaleza, en un espíritu panteísta, donde la mujer “se funde y ríe sobre las
arenas invisibles/ La madera silenciosa de los árboles la abraza/ Y se desliza
por sus montañas verdes, infinita”. De forma patente, nos señala que la Madre Tierra es “una dama sin
nombre”.
El
icono idealizado del segundo sexo,
tanto en sus virtudes de temple como de sensibilidad, es también rescatado en
los versos de Mariela Ríos en la figura de la mujer poseedora de una
inconmensurable capacidad de amar. Esta potencia afectiva, coherente al símbolo
de la fémina fértil y sensual, es exaltada en los atributos de la belleza y del
encanto que nos despierta a los varones, los cuales emergen con “silencioso/
juramento/ de/ sirena en la vida”, y son germinadores de vida, pues se alzan
como una voz “entre/ muros/ de/ soles/ subterráneos”.
Tal
como lo explica la poeta Ingrid Odgers en el prólogo, la poesía de Mariela Ríos
transita entre el modernismo (con tópicos como la angustia por el paso demoledor
del tiempo, en “Minuteros”), y el posmodernismo, por su definida voz poética
intimista. En efecto, este carácter posmodernista también se aprecia en la obra
en su conjunto, pues ubica en un mismo punto temporal experiencias
cronológicamente distantes, tanto en el orden alternado de poemas de períodos
distintos, como en aquella voz intimista que aúna hechos no contemporáneos, tal
como alude el título del libro: “Un siglo, un día”.
Estos
versos son escritos desde la auténtica experiencia, perspectiva genuina que
inunda toda la obra, entendida como, en palabras de Odgers, una “inalterable
posición del espíritu creador”, lo cual permite esta reunión atemporal de
vivencias. Este rasgo bien puede ser identificado con el sentido de la
posmoderna frase de Borges, que versa: “En una muerte están todas las muertes
del mundo, en un día están todos los días de la humanidad”.
Ahora
bien, el transcurso del tiempo es una temática dominante en esta antología, más
allá de su carácter o posible categorización en una corriente estética. De esta
forma, el tópico oscila entre la sensación subjetiva del tiempo como un marasmo
de lento ritmo, con su evidente cuota de dolor, en “Réquiem”, y la fugacidad de
los sentimientos en un tiempo inasible, vaporoso, en “Pianos lejanos”.
Si
bien Ingrid Odgers señala certeramente el carácter íntimo de los versos
(conjuntamente con subrayar la autenticidad de la voz poética de Mariela Ríos),
en la obra cohabitan poemas inspirados en otros creadores de la palabra, con
los cuales Mariela dialoga poéticamente pese a la ausencia de ellos.
Tanto
en “Canción a Pablo” como en “Lunas para mi jardín” abunda el recurso de
intertextualidad. Así, la autora le dice a Neruda que le sueñan “pesadillas de
llorosas Guillerminas” y le comunica a Eduardo “Gato” Alquinta que le
aguardarán “como infantes sorprendidos en la primera/ comunión”.
Esta
breve antología de Mariela Ríos Ruiz- Tagle es muy representativa de su estilo
y de su voz poética, delicada y con la integridad de la mujer de temple, etérea
y melancólica, pero también revela su deseo de trascendencia, de perpetuarse al
convertir su dolor vital en un legado, siempre con su alma elevada, consciente
de que “sólo/ el/ cielo/ acoge su danza final”.
Mariela
sublima sus sinsabores para legarnos su poesía cuando anuncia: “construiré a
ciegas/ con mi sangre insolente/ las grandes montañas”.
Santiago, primer semestre de 2010