jueves, 22 de noviembre de 2012

Víctima de la iniquidad natural



El soplo estival deleitaba mis sentidos
en la agradable contemplación
del horizonte,
y mis cabellos danzaban en libre albedrío,
con el sentimiento de satisfacción
de los méritos producto de mi esfuerzo.

La artesanía de la palabra rendía
frutos en el despertar de
hondas emociones,
y en el augurio del trazado
del sendero pulcro y próspero.

Los ladrillos de mi porvenir eran
ensamblados compacta y
ordenadamente en la figura
de hombre ilustrado,
con vocación de servicio y
compromiso social.

La doncella de temple acongojado
había despertado a la espontánea
ternura de una gatita mimada,
gracias al influjo de mis abrazos
protectores.

Pero los vientos del perverso destino
se encargaron de trastocar los aires
de fertilidad pública e íntima,
sometiéndome a sus mezquinos
caprichos.

La confabulación de las placas tectónicas
dieron paso a un movimiento sísmico,
concentrado sólo en mi persona,
que me condenó a la esclavitud
del tedio mecánico
al servicio de la arrogancia
de una elite poderosa,
profana de la humildad que dignifica
al ser humano.

Circunstancias que me sumieron
en la melancolía de la conciencia
de ser un mero engranaje
de una maquinaria ominosa,
que no cesa de ejecutar sus
soberbios y oscuros
designios.

Heme convertido en una víctima
de la iniquidad natural;
en vano me esfuerzo por gritar
auxilio, en medio de
la inexorable desesperanza.

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