domingo, 18 de noviembre de 2012

Ella



                    A Viviana Vigouroux

Nos miramos sentados a la mesa
en medio de un ambiente de circunspección,
y establecemos una complicidad tácita
con nuestras miradas.

Ella me sonríe con avidez
que me hace evocar
la efervescencia de su risa y la ternura
de sus abrazos de gatita mimada,
yo le respondo a su sonrisa con el deseo
de estrecharla entre mis brazos,
y juntar nuestros labios en la armonía serena
de sentirla una parte constitutiva de mi ser.

Entonces decidimos abandonar
la rigidez del protocolo
 y las buenas costumbres,
al levantarnos de la sobremesa
y dar nuestras espaldas
a la rutina de apariencias sociales.

Caminamos cadenciosamente
por las calles de la ciudad,
envueltos en el vaivén estimulante
de un fluido intercambio de palabras
que versan sobre la óptica individual
del resto de los comensales,
y atravesamos una plaza de mediana concurrencia
con juegos infantiles en su centro
y vecinos amodorrados por el plácido sol estival,
que dialogan en sus universos de intimidad personal
en concordancia implícita con los ciudadanos
de ese refugio natural a la selva de concreto.

Escolares disfrutando su cimarra,
madres jóvenes con sus hijos descansando en coches,
adolescentes rebeldes compartiendo vicios
y obreros curtidos por el trabajo
haciendo un aro a sus faenas
conforman el paisaje cotidiano.

Ella se sienta en un banco
lanzando un respiro de alivio
y me sonríe graciosamente,
yo siento en su mirada
una caricia a mis sentidos y la beso.

Fundimos nuestros labios en un abrazo ciego
y la luz parece crearnos
un invernadero protector sólo para nosotros,
donde nuestras caricias son invisibles
al resto de los ciudadanos congregados en la plaza.

Por un momento la miro de cerca
contemplando su sonrisa anhelante
y dibujo sus formas hermosas y vivaces en mi memoria,
para conservarla en su ausencia
y mitigar las tribulaciones de nuestra distancia.
Entonces la coincidencia cósmica
de cuerpos celestes sobre nuestros cuerpos
permanecerá incólume
a pesar de los ciclos lunares.

Ella viste un pantalón de tela
y un sweater con cuello en beatle
que la asemeja a una mujer gala
que habita en las películas de Truffaut,
y yo me siento Horacio Oliveira
compartiendo con la Maga en un parque de París.

Ella me halaga mientras acaricia mi nariz y mis orejas,
y yo siento que cada forma de la anatomía de mi cuerpo
le pertenecen a Ella por derecho propio.

Ella me relata que una paloma
se posó sobre su pierna
en un inhóspito cautiverio hospitalario.
Yo creo que las aves
sienten su dolor al observar su mirada,
y son las compañeras naturales
a su tortuoso exilio;
añoranza de alas de libertad
que yo hoy espero reemplazar
al despertar el vuelo de sus emociones
en este protector abrazo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario