sábado, 10 de noviembre de 2012

El verdugo intangible



Como una gota de agua solitaria
en el desierto, vi desvanecerse
mi cuerpo ante el abrupto embate
de los soliloquios del absurdo,
que me postraron a un lecho indigente
que desplazaba a la habitación de Arles,
y la oreja cercenada de Van Gogh,
a una lujosa suite de hotel.

Y las horas fueron interminables en
mi esforzado y lento ascenso
hacia la reconstrucción de
mi anatomía vejada.
Mas las estoicas manecillas del reloj
giraron lubricadas en un desahogo
de alivio al contemplar
en el horizonte el paso dulce
de la doncella de temple acongojado.

Su delicada y melodiosa voz
fue cimentando uno a uno
los huesos de mi esqueleto,
y sus cariñosos besos
constituyeron la esencia
de la carne que reposó
en suave piel,
y me miré entonces orgulloso
en sus ojos transparentes
como un hombre íntegro
y digno.

Era un hombre poseedor
de la habilidad de construir
palacios majestuosos
con los escombros de
la civilización avasallada,
y me sentía imbuido
en la capacidad de amar y
otorgar protección a
mis seres queridos.

De pronto, sin previo aviso,
con la fuerza de la arbitrariedad
y la prepotencia del poder
que otorga el dinero mal habido,
la esperpéntica silueta ominosa
se hizo visible sólo para mis sentidos,
y sobre la base de la amenaza del silencio,
la diabólica figura me conminó
a abandonar todos mis triunfos que,
hasta entonces, descansaban
sobre el bienestar,

todo lo que pensé,
todo lo que creé,
todo lo que amé
fue escindido de mi cuerpo
con la violencia brutal de un golpe sordo,
que rasgó en un vaivén hasta
lo más puro del aire.

Y heme aquí en medio del páramo,
respirando la basura plástica reverberante
que emana de las pantallas de televisión,

un muñón deprimido que no divisa el horizonte,
un esclavo del capricho que no asume su condena,

un juguete de los poderosos
que no concibe su destino inexorable.

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