De verdad, yo nunca
olvido un rostro. Pero ahora no me acuerdo de dónde conozco a ese hueón, estoy
seguro de que lo he visto antes. Es que por estos días no tengo paciencia pa’
estar pensando en eso. Ya me va a caer la teja. Mi ojo no falla, cruz pal’
cielo.
Sí me di cuenta de
inmediato de que fue ese culiao de la Población Parinacota el que me sapeó
cuando asaltamos la farmacia en Quilicura. Esa cara de ahueonao no la olvido.
Cuando entramos, todos lo giles estaban que se meaban de susto, pero el sapo de
mierda me vio, estaba detrás del mesón, cagao de miedo. Tiene que haber sido
él, si yo andaba con pasamontaña. De otra forma, ¿cómo supieron los pacos?
Pero igual pude zafar
de los bastardos cuando me fueron a buscar a la casa. Y el gil de la Parinacota
no se las iba a llevar peladas. ¿Qué importa si al final caí? No podía quedarme
de brazos cruzados y fui a hacerlo pagar al contado.
El muy huea se anduvo
escondiendo unos días donde su mamita, pero fue fácil dar con la casa. En esa
pobla tengo mis contactos, me hago respetar. Entré de noche, como a las tres de
la mañana, y si no fuera porque la vieja me cachó, le hubiera descargado todos
los tiros del fierro en su hocico de ahueonao.
Me fui encanao, me da
lo mismo. Es que odio a los sapos. Si uno arriesga el pellejo por hacer la
media movida y esos perkins acusan por la espalda. ¿Qué se tienen que meter los
hueones?, ¿me van a decir que los políticos no roban? El trabajo honrado es pa’
los giles, yo no estoy pa’ romperme el lomo de guardia o reponedor en un
supermercado.
Me acuerdo en el liceo
en Conce. Había un compañero, ¿cómo se llamaba el mateo culiao? Ah, sí,
Riquelme, ese imbécil. Le iba bien con las notas al sapo de mierda, era seco
pa’ las matemáticas. En segundo medio le robe su reloj. Si el muy ahueonao lo
dejó en el banco mientras iba al baño. Lo estaba regalando. Y, claro, de
inmediato sospechó de mí, como siempre lo molestaba por huea. El muy marica al
tiro le fue con el cuento al profesor jefe. Me llamaron a inspectoría, me
registraron y hasta ahí llegaron los estudios. No volví a abrir un libro en mi
vida.
Se supone que tenía que
cumplir condena hasta el 2037. Ni cagando, hueón, yo no estoy pa’ que me
maquineen los gendarmes. Si a las finales todo hombre tiene su precio. Y un
gendarme, también. Salió salada la coima, pero resultó. No había electricidad
en la reja cuando le metimos alicate con el chico Dany. De ahí, escalar y la
libertad. Me despedí del compa cuando pasó el peligro y rajé para El Bosque.
Aquí casi no me conocen.
El Pedrito arrendó una
casa en Vecinal Sur. Incluso me trajo el Mazda hasta acá. Tenemos su resto de
merca pa’ salir a vender a hueones de confianza. El cabro se las conoce todas
por estos barrios.
Es mi sangre, alguien
que no traiciona. Es verdad, hace años que no veo a la Jennifer. La relación no
iba bien en mis años en Conce. Pero el Pedrito siempre me ha apañado en todas.
Nunca dejé de llamarlo cuando me vine a Santiago. Y ahora aperra conmigo.
Después de llegar y
dormir un poco, me pegué una ducha y comí algo. Pedrito me avisó que podíamos
ir a vender por acá cerca. Salimos en el Mazda, pero se me antojó comprar
cigarros. “Vamos donde el Pailita, viejo”, me dijo. Le pregunté si el tal
Pailita era de fiar. Se rio, me dijo que Pailita era un cantante, que el local
tenía ese nombre, pero el cabro que atendía, en realidad, se llamaba
Christofer. Era muy parecido al cantante, entero piola. “Como el Pailita,
dispara con pistolitas de agua. En vez de agarrarse minas ricas, se agarra a la
mamá, jaja”, me aseguró. Me indicó las calles por donde ir.
Le dije que se bajara
él. Partió al negocio y un cabro lo saludó y le vendió cigarros. Pero un hueón
me quedó mirando fijo detrás del mesón. Estaba al lado del Christofer. Estoy
seguro de que lo he visto antes, pero no me acuerdo dónde. Se fue para adentro
y mi hijo volvió al auto.
“Papá, ¿estai bien? ¡Vamos!”,
me dijo y espabilé. Le dije que no pasaba nada y nos fuimos. En la movida todo
bien, se bajó el Pedrito, entró a una casa y, en menos de cinco minutos, volvió
con la plata. Me aseguró que no hubo ningún atado.
Volvimos a Vecinal Sur
y el Pedrito pasó al baño. ¿De dónde conozco a ese hueón?
—Pedrito, había alguien en el local de tu amigo, un tipo
como de mi edad. ¿Quién era?
—Ese es el papá del Christofer, es el dueño del negocio—,
me dice gritando desde dentro del baño.
—Ya, y ¿cuál es el apellido del Christofer?, ¿lo sabís?
—Sí, dame un segundo… Ah, ya sé: Riquelme.
¡Concha tu madre, sabía
que conocía a ese culiao! Tengo que rajar, está claro que ese ahueonao debe
haber avisado a los pacos. Deben estar por llegar. Lo siento por Pedrito, pero
me largo sin decirle nada. Y esta vez el hijo de puta de Riquelme no se va a
salir con la suya, tiene los días contados, lo juro.
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