En
ese tiempo no tenía muchos amigos en el colegio y me daba vergüenza que me
vieran solo en los recreos. Con la ingenuidad de un niño de 13 años, encontraba
que la excusa perfecta era ir a la amplia biblioteca a leer en los recesos de
clases.
Ahora
que me encuentro cercano a cumplir medio siglo de vida, recuerdo esos años con
un dejo de nostalgia y el sentimiento de una herida que asoma al ensamblar las
piezas del puzle de mi juventud, como si revisar mi historia me permitiese
reordenarlas y otorgarles otro desenlace.
Durante
los años preadolescentes, mi lectura favorita era el diario La Época. A veces
incluso fotocopiaba algunas páginas. El encargado de la máquina era un auxiliar
joven, Pedro creo que se llamaba. No tenía problemas en manifestar sus opciones
políticas frente a alumnos de Enseñanza Media.
—Mira,
no sé lo que opine tu familia, pero yo creo que el país no va a seguir
soportando la situación actual —le
argumentaba a un joven.
—Eso
lo vamos a ver el 5 de octubre, Pedrito.
—Muy
bien, veamos.
La
fecha era clave. El año 1988 iba en octavo básico y todo Chile se tiñó de dos
colores, cada uno con la opción en el Plebiscito que se avecinaba: Sí o No. La
continuidad del gobierno de Pinochet quedaba abierta a la deliberación
ciudadana en las urnas luego de años sin procesos eleccionarios.
En
este escenario me identifiqué plenamente con el No, pese a que mi padre era de
derecha. Tal vez justamente por eso.
“Chile,
la alegría ya viene”, indicaba el periodista Patricio Bañados en la franja
televisiva del No. Y la canción muy pegajosa fue un éxito. Comentario obligado
en cualquier grupo social. En el colegio, éramos unos niños hablando de temas
que no entendíamos con una perspectiva adulta. Pero a algunos nos apasionaba.
—¿Por
qué alegan tanto en contra de los comunistas? Leí que ese partido propone una
sociedad más justa.
—Mira,
Gonzalo, si lees los manifiestos de los partidos políticos te vas a dar cuenta
de que todos proponen cosas buenas, pero la diferencia está en la forma que
quieren implementarlas —me señalaba mi papá.
—Pero
ha habido muchas muertes y torturas, hay que respetar los Derechos Humanos.
—Todos
los países tienen policías secretas, sean de derecha, de izquierda o de centro.
De
ese tenor eran algunas de nuestras discusiones, generalmente los días de semana
cuando ya había oscurecido. Mi padre regresaba muy tarde del trabajo. Recuerdo
que una consejera escolar me hizo mención de que compartía poco con él, pero no
entendía bien de qué hablaba esta señora.
Muchos
años después se reveló el misterio de las largas jornadas laborales de mi padre
en la Municipalidad de Maipú. Ya había iniciado una relación con Nancy, que
trabajaba en el Juzgado de Policía Local, en una infidelidad que se prolongó
por alrededor de 15 años, hasta que mis padres se separaron.
“El
único problema con tu papá, Goncho, es que es de derecha”, me comentaría la
Vivi, mi polola, luego de conocerlo ya viviendo con la Nancy en Maipú. Fue
curioso ese fin de semana. Mi padre vivía en una parcela con un buen terreno,
amplio jardín y piscina. Sentados en la terraza, en un minuto Viviana quedó
mirando fijo a mi papá.
—¡Qué
mirada más inquisitiva! ¿Qué quieres saber? Pregúntame lo que quieras.
En
la intimidad de la habitación que Nancy dispuso para nosotros, la Vivi me
confesó que quería preguntarle cómo hizo para ser infiel a su esposa por tanto
tiempo sin ser descubierto. Me dio risa. También hubo una conversación sobre
política en esa velada, en la que mi polola mostraba su orientación de
izquierda. Ella tenía familiares que partieron al exilio.
—El
gobierno de Allende sucumbió por la crisis económica. No fue un problema
político. Yo lo viví, sé de lo que estoy hablando.
—Papá,
muchos sociólogos opinan que no fueron sólo factores económicos los que
llevaron a que se produjera el golpe de Estado.
—Pero
si Allende nos tenía a Chile a la deriva. Pinochet logró rescatar el país del
colapso total.
—Yo
tengo la herida con Pinochet…
Esa
herida no era sólo en el tejido político. Las texturas familiares presentaban
jirones, un entramado con claras erosiones por el daño de sentimientos ocultos
bajo la alfombra.
Ese
año del Plebiscito hubo hechos que quedaron grabados en la memoria colectiva
chilena. Uno de ellos ocurrió durante el programa televisivo “De cara al país”.
Un entonces joven Ricardo Lagos encaraba en vivo a Pinochet apuntándolo con su
dedo índice, el famoso “dedo de Lagos”. Pero al iniciar su alocución, lo
recuerdo bien, enseñó un recorte de prensa del año 1980, una vez que se estableció
que se llevaría a cabo el Plebiscito de 1988, que señalaba que Pinochet no
sería candidato en esa oportunidad.
La
promesa incumplida se convirtió en argumento de los partidarios del No y, por
cierto, lo esgrimí frente a mi padre en una de las recurrentes discusiones. Por
esos años mi papá se juntaba los fines de semana con un compañero de trabajo y
su señora, quienes fueron amigos por años. Ellos eran fervientes defensores de
los militares en el poder.
Un
sábado muy tarde estaba mi padre y mi mamá con esta pareja en el living de
nuestra casa. Me desperté con sed y bajé a buscar jugo a la cocina, pero
mientras bajaba las escaleras sorprendí a mi papá burlándose de mis precoces
argumentos políticos. “Y Gonzalo me dijo que Pinochet no iba a ser candidato en
este Plebiscito”, comentaba, frente a lo que la señora de su amigo replicaba y
reía diciendo “pero si los comunistas insisten en eso. Qué estupidez”.
Sentí
un frío súbito que me estremeció. Me arrepentí de ir a la cocina y subí a
dormir con mi cabeza tan revuelta como mi estómago.
Pero
las diferencias no eran sólo estrictamente políticas. De mis lecturas de La
Época, de escuchar la radio Cooperativa y de alguna información no oficial que
circulaba en la televisión también se instalaba ese año las profundas
desigualdades sociales en Chile.
Estudié
en un colegio privado católico en Providencia, de por sí un ambiente acomodado.
Con mi familia vivimos en el barrio nororiente de Santiago, el llamado “barrio
alto”. Si bien mi mamá siempre se jactó de pertenecer a ese grupo humano, mi
padre era de origen más bien de clase media. Estudió Derecho en la Universidad
de Chile, en años en que la educación pública era gratuita. Y nos inculcó que
la formación universitaria era fundamental en la vida.
—Pero,
papá, no todos en este país gozan de ser privilegiados como tú…
—¿Sabes
lo que significa privilegio? Es un beneficio inmerecido. Yo todo lo que tengo
me lo he ganado con mi inteligencia y esfuerzo —contestaba con rabia.
Cuando
estudiaba en Enseñanza Media también lo sorprendí hablando a mis espaldas, esta
vez sobre mi hermano y yo. Estábamos próximos a rendir la Prueba de Aptitud
Académica y él manifestaba una seria desconfianza de que lográramos entrar a la
universidad.
Recuerdo
que, cuando le indiqué a mi padre que quería estudiar Periodismo, él me
respondió: “Mira, encuentro que los periodistas son todos unos rotos,
copuchentos e ignorantes, pero si quieres estudiar esa carrera, yo te la pago”.
La
noche del 5 de octubre de 1988 mi padre llegó muy tarde a casa. Le tocó, al ser
funcionario municipal, ejercer de jefe de uno de los locales de votación en
Maipú. Estaba cansado y con las mangas de la camisa arremangadas.
—Papá,
al final ganó el No, ¿cierto?
—Sí,
eso parecen indicar los cómputos, pero algunos dicen que hubo un empate.
—Te
pregunto por lo que pasó en Maipú.
—No,
en Maipú ganó el No por paliza —se acercó a uno de los papeles escritos a mano
que tenía sobre la mesa del comedor y me enseñó los porcentajes de las mesas
escrutadas en esa comuna.
Más
allá de su posición política, a mi polola le caía bien mi papá. Me preguntaba
más sobre su vida y le conté que no siempre había sido de derecha. Cuando mis
padres se conocieron, ambos se sentían cercanos a los demócratas cristianos. Mi
padre, incluso, fue apoderado de mesa para la elección en que fue elegido
Eduardo Frei Montalva.
—Pero
fue haciendo carrera en la Municipalidad de Maipú, en la época de la dictadura,
con alcaldes designados por Pinochet, entonces en ese ambiente…
—Todo
en la miel se pega —comentó Viviana.
En
sus últimos años, viviendo en la parcela de Maipú, mi papá fue desencantándose
de muchos valores que defendió siendo joven. Estaba muy enfermo, con un
enfisema pulmonar, y declaraba que ya no se sentía católico. En una ocasión
indicó que apoyaba una eventual ley de Eutanasia.
Luego
de su muerte el 2008, perdí todo contacto con la Nancy. Tanto mi mamá como mis
hermanos quedaron muy enojados con esa mujer, a la que consideraban una
trepadora, y ni siquiera se aclararon asuntos financieros de mi padre que, en
sus últimos días, dejó asegurados para la propiedad de ella.
La
relación de pareja con la Vivi no prosperó, pero seguimos siendo amigos. Fue un
pololeo de más de 11 años y siento que compartí momentos muy significativos con
ella. Por cierto, me apoyó cuando mi padre agonizaba en el hospital.
La
última elección presidencial que vivió fue la del año 2006. Le pregunté si
había votado por Lavín o por Piñera, los dos candidatos de la derecha en la
primera vuelta. “Me gustaba Lavín, pero no los que lo apoyaban. Me gustaban los
que apoyaban a Piñera, pero no él, lo encuentro muy personalista. Al final no
voté”.
No
era el momento para discutir de política. Los temas importantes quedaron
pendientes y se diluyeron en la nostalgia de la alegría que no llegó.
Brillante, emotivo y muy bien escrito el relato de una parte valiosa de tu vida, Gonzalo. Un abrazote. Me consta que llevas una relación amistosa y fuerte con mi prima Vivi. Ella siempre te menciona y esta pendiente de tus progresos.
ResponderEliminarMuchas gracias. Ciertamente, Vivi sigue siendo una amiga a la que quiero mucho. Un gran abrazo!
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