sábado, 14 de noviembre de 2020

El dragón mágico

 


A mis sobrinos Seba, Nico y Mati.

 

Etienne es un niño haitiano. Vive con sus padres en la capital de Chile luego de viajar desde su país en busca de una mejor vida. Estudia en una escuela cerca de su casa, pero no hay muchos compañeros parecidos a él. El color de piel y su pelo tan crespo llaman la atención de los otros niños del curso.

“Negro cochino”, le gritan sus compañeros. Etienne se siente triste y piensa qué debe hacer para que los otros niños lo acepten. Una tarde llegó a su casa después de la escuela, llorando, y su mamá le preguntó:

 

     -  Etienne, ¿por qué lloras?

     -   Los niños de la escuela se ríen de mí, mamá. Me molestan, me dicen “negro cochino”. ¿Por qué son así?

     -    Ay, hijo, ellos son niños y no entienden. Nos vinimos de Haití porque allá la vida es muy difícil. Tu papá se esfuerza tanto en su trabajo, construye edificios y yo hago todo lo que puedo lavando la ropa de los vecinos. No les hagas caso, esos chicos no saben lo que hemos sufrido.


Etienne tenía una mascota, un dragón de peluche con el que dormía. Esa tarde tan triste lo abrazó y quiso contarle sus penas. El atardecer fue llegando y la tristeza de Etienne parecía irse con la luz del día.

Antes de ir a dormir fue al baño a lavarse los dientes con su dragón en las manos. Mientras se miraba al espejo, pensaba si su color de piel lo hacía un niño feo o malo. Entonces sintió que le hablaban:

 

      -    Etienne, no estés triste.

 

Sorprendido, vio en el reflejo del espejo que su dragón le hablaba. Se sintió acompañado y le sonrió.

 

     -   ¿Qué te gustaría que sucediera para que pasara tu pena? – le preguntó el dragón.

     -    Me gustaría ser otro niño, me gustaría ser blanco.

     -    Quédate tranquilo, Etienne. Mañana será otro día y tu deseo se hará realidad.

 

El niño durmió esperanzado y feliz, abrazado de su dragón. A la mañana siguiente sucedió lo que le había prometido su peluche: ¡era un niño blanco! En la escuela sus compañeros lo invitaron a jugar fútbol y no lo molestaban. Se sintió tan contento.

Etienne hizo varios amigos en la escuela, que lo invitaban a tomar once a las casas de ellos. Ahora vivía con unos papás blancos que tenían una casa grande, con un jardín muy bonito. Los desayunos eran más ricos, comía manjar, pan con queso y bebía una leche muy sabrosa. Podía jugar fútbol en el patio de su casa y veía las caricaturas que le gustaban en la televisión.

Pasado un tiempo, Etienne se acostumbró a su nueva vida. Hasta que un día llegó un compañero haitiano a la escuela. Sus amigos le dijeron que fueran a recibir al nuevo:

 

      -  ¿Saben por qué los negros corren tan rápido? Están acostumbrados, pues escapan de los leones en la selva- dijo uno de sus amigos delante del niño haitiano, y todos rieron, menos Etienne.

      -   No deberían decirle eso. No es justo- dijo Etienne.

      -   ¿Y tú lo vas a defender?, ¿acaso te volviste negro?

 

Etienne volvió muy triste a casa. Ni la televisión, ni el fútbol, ni siquiera el Play Station lo animaron. Se encerró en su pieza y recordó a sus padres haitianos. Los echó muchos de menos. Se acordaba de las palabras de su madre cuando volvió llorando porque lo molestaban.

 

Fue al baño y en un baúl, lleno de ropa, encontró a su viejo amigo: ¡el dragón estaba ahí! Lo tomó en sus brazos y le dio un largo abrazo. Se miró al espejo y le dijo:

 

     -  ¿Sabes, Dragón? No sé si ahora me guste tanto ser blanco.

     -   Pero era lo que querías, Etienne- respondió el dragón.

     -   Sí, pero extraño mucho a mis padres. Además, los niños de la escuela ahora molestan a otro niño haitiano.

     -   Te entiendo, Etienne. Dime, ¿qué has aprendido de todo esto?

     -   Que no importa mi color de piel. Importa que sea yo mismo.

 

A la mañana siguiente, Etienne despertó en la casa de sus padres, de sus verdaderos padres haitianos. Los abrazó con mucha ternura al verlos de nuevo. Ellos se preguntaban por qué estaba tan cariñoso.

Etienne volvió a la escuela y ahora no le importó que lo molestaran por su color de piel. Es más, muchas veces les respondía, les decía que eran unos niños que hablaban sin saber. Sus compañeros, al poco tiempo, dejaron de molestarlo. Etienne había aprendido una gran lección. Ahora se sentía orgulloso del niño que era.

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