domingo, 7 de diciembre de 2014

La pesadilla de Maquiavelo


Idealismo adolescente, vigor en la lucha
con férrea convicción;
las Grandes Alamedas se abren libre a nuestra voluntad
(nadie nos advirtió que construimos sobre arena movediza).

Somos libres, así nacemos
está consagrado en la Constitución
los Derechos Humanos son inalienables
nos enseñaron en la escuela, y mientras dormíamos
la máquina del sistema funcionaba sigilosa
y eficiente
máquina de moler carne y fábrica de embutidos.

La locura es una enfermedad social, taxonomía
que atrapa lo inasible
pero un vaho atraviesa todos los cuerpos
la carne y lo social:
autómatas programados nadan en la ilusión
de libertad
y creemos ser felices en esta siesta.

Debemos recuperar la conciencia
el cuerpo humano se mimetiza con el cuerpo social
(Foucault sonríe burlón)
hologramas de una realidad virtual
(Wittgenstein lanza improperios en contra del solipsismo).

El ser humano teme a su propia sombra
Teillier nos consuela bajo el atardecer de Lautaro
qué lejos está el París que clamaba
Prohibido prohibir.
Desolados por la más feroz de las epidemias
en la canícula deshidratada de un balneario argelino
la urbe es una cárcel que hiede a muerte y putrefacción
(en el extrañamiento, la Ciudad Luz es una suave y dolorosa
nostalgia).

Entre dos tierras antagónicas, con el filo de la guadaña
acariciando nuestra espalda desnuda
la redención se encuentra en la ternura
la de los pequeños actos y las cosas simples
aquella que nos legara Camus
sangre que acaricia el cuerpo maltratado.

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