miércoles, 5 de diciembre de 2012

Nostalgia involutiva



“Pues siempre podremos estar en un día que
no es ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua”,
Jorge Teillier.

Cuando le robamos al tiempo
una estancia bucólica donde solazarnos,
mirando el vuelo de una mosca,
nuestro peregrino viaja liviano
a los yermos que nos invitan
a dar los tímidos primeros pasos
de la vida.

Soñar que el horizonte es una playa virgen,
sin principio ni fin,
donde está permitido comer en ausencia
de nuestra sombra,
y sin dejar huellas en la arena.

Entonces, de súbito,
sentimos el vuelo rasante
de los aviones de la muerte,
y los momentos siembran así sus semillas,
les tuvimos miedo, temblamos,
y en esto se nos va la vida,
como versa la paradigmática canción.

Luego el sudor frío sobre nuestras frentes,
y el desánimo como un plomo
sobre nuestra voluntad,
al vislumbrar con tedio la rutina monótona
ajustada a nuestro torso
como camisa de fuerza.

Sentimos el solapado rechinar de dientes
ahogarse bajo el sonido del adusto
movimiento del péndulo
del reloj de muro
sobre nuestras cabezas,
apenas sostenido por el hilo de crin,
cual espada de Damocles.

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