“Cuando el niño era
niño,
andaba con los brazos
colgando,
quería que el arroyo fuera
un río,
que el río fuera un
torrente,
y este charco el mar”.
Peter Handke
La
cara de un niño
reflejada
en un charco
me
observa inocente.
El
mundo de entonces
era
asimilable a este charco
se
ignora lo desconocido
se
ignora la ignorancia
una
certeza para aquellos años.
El
mar diverso
en
rostros, vestimentas y libros
por
el que hoy navego
me
resulta denso, áspero
ciertos
días
mar
Muerto cuya salinidad
impide
avanzar.
Pero
es un mar nutritivo
con
millones de ingredientes
tan
disímiles entre sí, Babel
que
me hace más sabio
la
mirada se vuelve profunda.
Las
asperezas de la piel
en
el caminar salino
se
tamizan al recordar el charco
el
mundo de infancia.
Observo
el rostro del niño
al
otro lado del charco
estiro
mi mano para acariciar
sus
mejillas tersas
y
me invade una paz interior
un
olor de tierra húmeda.
Grano
de sal en el mar
distinto
a todos, igual a cada uno.
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