Febrero de 2014
A mi abuelo, Alejandro Robles Jiménez, y a Enrique Lihn
Alejandro despertó
temprano esa mañana
Pidió el desayuno a
Elena
se levantó en pijamas
Comió tostadas y una
taza de té
Sufría por su
reciente operación
Repitió el plato,
desayunó
otra vez.
Luego se acostó a
dormir, Elena
a su lado
No despertó más
Entrecruzadas vidas
hombres que jamás se
miraron a los ojos
Elena pasaría sus
últimos días en
un departamento de
calle Passy
Geografía idéntica
del refugio
de don Enrique
escribiendo Diario de muerte
El cáncer tocó a su
puerta.
Existencia malograda,
atardeceres
mustios bebiendo té
La tinta registraba
bellos versos de
su amargura
mas la necedad parió
con él
la necedad de asumir al enemigo
la necedad de vivir sin tener
precio
Escritorcillos
fracasados se codearon
con poderes oscuros.
Conjura contra don
Enrique
murió sin pena ni
gloria
recibió el Pago de
Chile
Alejandro fue
empleado público
siete hijos a su
haber
largas tertulias de
sobremesa
Elena lo apremiaba
cuando
con placer distendía
la palabra
Pero a veces el mundo
se viene
encima
como ola que estalla
sobre la cabeza
y no hay más remedio
que
la costumbre
resignada.
Alejandro y don
Enrique nunca
se conocieron
mas compartieron esa
desazón:
expirar sintiéndose
enojados
con la vida
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