martes, 10 de julio de 2018

Alejandro el viejo y don Enrique



Febrero de 2014

A mi abuelo, Alejandro Robles Jiménez, y a Enrique Lihn

Alejandro despertó temprano esa mañana
Pidió el desayuno a Elena
se levantó en pijamas
Comió tostadas y una taza de té

Sufría por su reciente operación
Repitió el plato, desayunó
otra vez.
Luego se acostó a dormir, Elena
a su lado

No despertó más

Entrecruzadas vidas
hombres que jamás se miraron a los ojos

Elena pasaría sus últimos días en
un departamento de calle Passy
Geografía idéntica del refugio
de don Enrique
escribiendo Diario de muerte

El cáncer tocó a su puerta.
Existencia malograda, atardeceres
mustios bebiendo té

La tinta registraba bellos versos de
su amargura
mas la necedad parió con él
la necedad de asumir al enemigo
la necedad de vivir sin tener
precio

Escritorcillos fracasados se codearon
con poderes oscuros.
Conjura contra don Enrique
murió sin pena ni gloria
recibió el Pago de Chile


Alejandro fue empleado público
siete hijos a su haber
largas tertulias de sobremesa
Elena lo apremiaba cuando
con placer distendía
la palabra

Pero a veces el mundo se viene
encima
como ola que estalla sobre la cabeza
y no hay más remedio que
la costumbre resignada.

Alejandro y don Enrique nunca
se conocieron
mas compartieron esa desazón:
expirar sintiéndose enojados
con la vida                                                              

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