Esa
frase pronunció Federico cuando Mariela le presentó a Menina, una gata obesa y
muy regalona. ¿Por qué? Son muy desapegados, viven su mundo y de un momento a
otro cortan el rostro con su indiferencia, son traicioneros. Pero este
cuarentón solitario debía hacerse a la idea de convivir con el felino, pues
siendo un periodista muy tardíamente titulado y cesante no podía darse el lujo
de rechazar el empleo en esa agencia de comunicaciones. Mariela partiría muy
temprano a su trabajo en una ONG y él junto a Karla y Pablo se harían cargo de
su pyme en el departamento de calle Ejército, también cuidando a la gata
consentida.
Karlita,
una joven muy delgada y un tanto gótica, le enseñó el oficio y lo introdujo al
mundo gatuno. Federico no entendía por qué Menina, una vez superada la
desconfianza, le daba arañazos leves y rápidos en el pecho cuando la acariciaba
en sus faldas, con ronroneos guturales. Ella le explicó que los gatos amasan
a sus amos durante esos mimos pues recuerdan el pecho de sus madres cuando eran
lactantes. Los michis ven a los humanos como gatos grandes y torpes, agregó, y
a Federico le comenzaba a enternecer esos modos tímidos y a la vez vulnerables
de esta veinteañera.
Decía
tener fobia social y era coherente con sus vestimentas de negro y su gusto por
la música de Placebo. Amaba las novelas de vampiros y los animé, mundos muy
diferentes a los de Federico, literato de novelas canónicas y de la nouvelle
vague francesa. Además de la diferencia de edad, Karlita era de Conchalí y
él de Las Condes, viviendo con su madre. El periodista pensó entonces en
“Palomita Blanca”.
La
invitó a salir muchas veces a lecturas de poesía en la Fundación Neruda o a
compartir un café en Lastarria, pero ella prefería ir al Bal Le Duc con Pablo,
un joven gay diseñador de vestuario. Ella decía que no le gustaban las mujeres,
pero tenía grabado que los hombres eran unos abusadores y mentirosos.
La
agencia cerró y, luego de una borrachera de despedida en Bellavista, cada uno
siguió su camino. Federico pensó en el poema del gato solitario de la
Szymbroska. A los meses después, en el ocio de cesantía en su departamento, vio
que un felino tomaba sol en el patio del primer piso. Notó que era hembra
cuando acarició su lomo al pasar sucesivamente contra sus piernas, y se sintió
triste con sus ronroneos.
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