A la poeta
Bárbara Délano
También vi caer la
nieve
sobre los duraznos desnudos
en el Jardín de mi infancia
y era pequeño, la melena con chasquilla
el Jardín extendió sus límites
traspasando las fronteras del mundo
y no sentí la brisa salobre de la playa
ni hundí mis pies en el mar de nieve
ardiente.
Los pasillos de mi casa eran un laberinto
cada pieza una estación olvidada
a las ocho de la tarde llegaba mi padre cansado
y en la cena familiar el televisor
exhibía imágenes desvaídas
reflejos imperfectos de las sombras.
Mi madre develó como un juego
la farsa patriota del Capitán General
y avanzados los años en el colegio
los rumores adquirían apariencia
cada vez más real.
Pude ver insomnes
mudos los rostros
sin orillas flotando
sin destino
en fotografías de la prensa clandestina
puedo verte
danzando sin cabeza
desnudo sobre las olas
llameantes
mas desconozco tu nombre
no eres mi amigo, tampoco un familiar.
Muchos años después entendí:
las palabras ya no
designan
objetos ni
situaciones.
La bóveda del mar era un chisme
no rozaba mi piel
memorizaba historias y causas judiciales
y una niebla de pureza me acompañaba
distorsionaba los contornos
del pavimento escabroso y de la carne
putrefacta.
Angelito que sigue soñando con el Paraíso
enclaustrado en ficciones
historias en Tecnicolor:
el áspero rigor de la brisa marina
siempre llega
inevitable como la muerte.
Pagamos en este mundo la dulzura
de los duraznos bajo la nieve.
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