lunes, 18 de agosto de 2025

Rayos catódicos en el firmamento

 


525 líneas iluminan la pantalla
de un televisor Sanyo en blanco y negro
ojos de niño hipnotizados, haz en el firmamento
Televisión Nacional de Chile anuncia
con bombos y platillos
el inminente paso del cometa Halley.
 
Explosivo interés por la astronomía
periodistas despachan desde el Paseo Ahumada
el aumento de ventas de telescopios
así como de binoculares
suplemento Icarito dedica cobertura especial
al evento del siglo, cada 76 años
única oportunidad, la vida es ahora.
 
Francisco Javier Cuadra soba sus manos
recibe palmaditas en la espalda
La Moneda descorcha champagne francés
santiaguinos viajan al Cajón del Maipo
o se congregan en Plaza Italia
mirar al cielo, no a la sangre en el pavimento.
 
Tubo de rayos catódicos en la retina
chilenos cautivos de las candilejas
embobados con una ciencia que no entienden
seducidos por la magia televisiva.
 
La memoria de Manuel Guerrero
José Manuel Parada y Santiago Nattino
cegada por un destello artificial
desviar la mirada, basura bajo la alfombra
decretar impunidad en vivo y en directo.

jueves, 7 de agosto de 2025

Exterminados como ratones

 


Rastreros roedores, en cloacas
circulan repugnantes por las sombras trasandinas
(según informa la revista Lea y Novo O Día)
al tiempo que la verdad palidece
con espanto ante el horror de maquinaciones
del director de Asuntos Civiles de la Junta
quien también ostenta el cargo el flamante cargo
de jefe de Operaciones Sicológicas de la DINA.
 
Periodistas y editores chilenos se lavan las manos
Pilatos modernos amparados en la agencia UPI
replicar información, hacer gala de adjetivos
“burda maniobra contra Chile”, “sangrienta vendetta”
“feroz pugna entre marxistas”
el lenguaje de la prensa al servicio
de maniobras que pretenden limpiar la sangre
y restaurar la imagen país ante la ONU.
 
119 chilenos, el guarismo se descompone
en el día 11 del noveno mes
simbolismo macabro que rinde honores
al ominoso martes por la mañana
Álvaro Puga se solaza en cumplidos
por la hábil estrategia comunicativa.
 
El Mercurio, La Tercera, Las Últimas Noticias
y el ingenio de la pluma de Mario Carneyro
palmaditas en la espalda para periodistas
esbirros del terrorismo de Estado impunes.
 
Pero la Junta Militar es tozuda
insiste en el montaje, defender con uñas y dientes
Pinochet anuncia investigación en discurso
con motivo del natalicio del Padre de la Patria
palabras que se pierden en la brisa de agosto
Sergio Diez asegura que no hay tales desaparecidos
ante la Asamblea General de Naciones Unidas.
 
El amor y la sangre en el cuerpo
de 119 chilenos se descompone agria
en amarillentas hojas de periódicos
cuya tinta negra recubre el crimen y odio
redacción alevosa de una prensa obsecuente.

lunes, 28 de julio de 2025

Hijos de la dictadura

 




Trinchera de ideas y palabras
el periodismo podía ser un arma
contra la dictadura, denunciar los crímenes
del terrorismo de Estado, barrer con la impunidad.
Al menos eso pensaba cuando era estudiante.
 
El velo de la ingenuidad se desprendió de a poco.
 
Tardía fue mi entrada al mundo de la prensa
práctica profesional en Televisión Nacional de Chile
dependencias que tras el golpe fueron allanadas
por militares obsesionados en eliminar la memoria.
 
Retazos de esos vejámenes permanecen en el canal
la democracia a la chilena permeó el país entero
política de los consensos que transforma el paisaje.
 
Pero conocí a Alfredo, un camarógrafo de prensa
quien me contó era hijo de José Carrasco Tapia
“Pepone”, periodista y militante del MIR
acribillado con saña por orden de Humberto Gordon
en represalia por el atentado a Pinochet.
 
Alfredo tenía 12 años cuando se llevaron a su papá
semidesnudo durante la madrugada
un 8 de septiembre de 1986. Padre político
pues el biológico fue detenido desaparecido
por la Operación Cóndor en los 70.
 
A casi cuarenta años del homicidio de Pepone
los periodistas ejercen en comunicaciones corporativas
o reportean en diarios, revistas y noticiarios
controlados por poderosos grupos económicos
publicidad y relaciones públicas camufladas
en crónicas y reportajes con aires serios.
 
Chile distrae la mente con realities shows
las bromas de Viñuela y los peinados de la Argandoña
prosigue el viaje triste de Schwenke y Nilo
la sangre de José Carrasco se diluye en el olvido.


domingo, 15 de junio de 2025

Cisne de fieltro

 



“Asustar a un notario con un lirio cortado”,
dijiste en la sobremesa tras el almuerzo familiar
un ejemplo de cómo la poesía transgrede la lógica
ante mis inquietudes literarias de joven ingenuo.
 
El verso nerudiano alude a la burocracia
a esos legajos tradicionales, papeles amarillentos.
 
Durante años te vi según esa imagen
un sacrificado jurista de tintes kafkianos
empleado público sensato y prudente.
 
Te enseñaba orgulloso mis primeros cuentos
“Borges desarrolló con mayor agudeza este tema”,
evaluabas, con esa parsimonia pedante
luego imitaba tus actitudes, incluso en escenarios
en los que parecía un personaje de Pirandello.
 
Sólo disfrutabas a Neruda en los poemas
mi gusto literario surgió en la necesidad de conocerte
en tus últimos años de vida te presté un libro grueso
de mi poeta favorito: Nicanor Parra.
 
No alcanzaste a leerlo ni supe tu mirada
del corderito con piel de lobo.
 
Me pregunto qué habrías dicho años después
cuando ya descansabas en paz
del hallazgo polémico en torno al Nobel chileno
aquel incidente con una mujer humilde en Ceilán
error de juventud del poeta, controversia hasta estos días.
 
Más me importaría enterarme de tus impresiones
acerca del trato que dio Neruda a Malva Marina.
 
Con cariño y tristeza, para mí fuiste un cisne de fieltro.

 

sábado, 3 de mayo de 2025

¿Qué diría Antón Chéjov?



 
“Soy inocente”, aseguraba Giuseppe Conlon
a cada compañero de prisión que consultaba.
Los atentados de Guildford
sembraban la duda entre los ingleses
por sobre el montaje policial y el circo
representado con insidia en la Cámara de los Lores.
 
Por estos días las verdades se pixelan
y la música urbana en más convincente
que la apología de Sócrates
o palabras murmuradas
con la mirada transparente
y el cálido flujo sanguíneo en la piel.
 
La calumnia quedó olvidada
en la tinta de Chéjov y sus páginas amarillentas
herramienta aséptica e incisiva
hoy exponencialmente cuántica entre falanges
numéricas de ceros y unos.
 
Giuseppe Conlon murió encarcelado
lejos de su Belfast natal
no alcanzó a ver su nombre limpio
del oprobio y la condena social.
 
Sólo nos queda acariciar la infancia
como un pajarito de alas rotas
anidar la verdad lejos de las redes sociales
reflexionar sobre la confianza en el vecino.

 


lunes, 7 de abril de 2025

Raíces profundas

 



A Renato le daban vueltas en su cabeza las palabras de la terapeuta. Por cierto, el tema no le resultaba indiferente, y era evidente que había una alusión directa en esa historia. “En serio, Renato, me ocurrió hace algunos años atrás: un paciente nunca pudo superar el límite laboral que alcanzó su padre. Por más que se esforzaba, su inconsciente siempre le hacía una zancadilla que le impedía progresar en su carrera profesional. Por eso, nunca hay que descuidar la Sombra, como solía llamar Jung a nuestros fantasmas ocultos en zonas mentales”.

En cuanto a sendero profesional, le parecía un eufemismo considerarse a sí mismo dentro de esa categoría. Con mucho esfuerzo, y tardíamente, se había titulado de Licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile, carrera bastante apreciada cuando empezó los estudios, pero que ahora lo mantenía esclavizado a un liceo pobre, donde se gastaba la voz tratando de enseñar los pre socráticos y otros pensadores menores a muchachos que poco y nada les atraía esta disciplina. Aún peor eran sus honorarios, que apenas le alcanzaban para vivir míseramente arrendando un departamento en la Villa Olímpica y no le permitían compartir el hogar con su novia y la hija de ella, a la que quería como si fuera de su propia sangre.

Pero la figura de su padre calaba hondo, en especial porque ahora lo recordaba en la memoria con nostalgia. Abogado de profesión, tuvo una relación compleja con él durante su vida, mas no por eso había dejado de quererlo. Fallecido hacía años, para Renato fue un duro golpe perder a su progenitor cuando aún lo necesitaba en el apoyo emotivo. Lo añoraba, y muchas veces él era un recordatorio de su padre para la familia y algunos amigos suyos, que aún aparecían por los círculos sociales que Renato frecuentaba. Siempre le hicieron notar que imitaba a su padre, de forma más o menos consciente. La excesiva formalidad, la actitud conciliadora, el empleo de un lenguaje culto y, a veces, incluso rebuscado, los modales caballerescos y la inclinación por temas intelectuales, rayanos en la pedantería, eran rasgos que él había heredado y asimiló con los años.

Esta similitud no significaba, eso sí, que la relación hubiera sido todo el tiempo libre de conflictos. El padre de Renato solía ser autoritario y un tanto displicente. El hijo lo buscaba y buscaba y, tal vez justamente por eso, sentía una admiración frustrada de niño hacia su padre, razón bastante comprensible para imitar sus actitudes. Por eso Renato nunca mostró interés por el Derecho. Imaginaba un trabajo de abogado tedioso y demasiado estructurado, excesivamente tradicional. Y las diferencias se acrecentaron durante el proceso político del Plebiscito de 1988. Si bien Renato era un niño, cuestionó firmemente que su padre apoyara la dictadura militar, recibiendo las respuestas desganadas de su papá, que veía en esas impugnaciones a un simple infante que no entendía de lo que estaba hablando.

Pero en la familia también había cuestionamientos hacia la figura paterna. Tanto Renato, como sus hermanos, le insistían a su padre en que dejara el trabajo de empleado municipal, mal remunerado, y optara por entrar a una empresa privada, donde tendría mejores posibilidades. El padre se sentía a gusto en el Departamento Jurídico de la Municipalidad de Ñuñoa, era su hábitat natural, y en las contadas ocasiones en las que se había esforzado por posicionarse en un empleo con mejor sueldo, había recibido portazos en la cara.

Todo este puzle de memoria familiar cruzaba sus pensamientos mientras veía avanzar parsimoniosamente las estaciones de la Línea cuatro del Metro, de regreso a casa luego de una cansadora jornada en el liceo, cuando su ánimo despertó al recordar que, en una conversación de pasillo horas antes, un colega le había avisado que en la Universidad de Chile abrieron una convocatoria para cursar doctorados con atractivas becas. Renato sabía lo que ello representaba: de por sí aumentar sus ingresos, perfeccionarse, y fácilmente alcanzar un empleo de profesor auxiliar en la Facultad de Filosofía, camino próspero a la docencia. Una oportunidad como esa no la podía desperdiciar.

Mientras caminaba por la explanada de la Estación Grecia rumbo al paradero del Transantiago, llamó a su novia para darle las buenas nuevas, y ella lo felicitó por la posibilidad, además de rogarle que las visitara más seguido, que lo extrañaban. Sí, amor, es que las clases me consumen, pero de resultar esta beca todo cambiaría para nosotros. ¿Te imaginas viviendo juntos?, ¿siendo la mujer de un académico universitario?

Había oscurecido cuando llegó a su departamento. De inmediato encendió luces, el hervidor para una taza de té y el computador de escritorio: no quería perder un minuto en revisar el formulario de postulación. Mientras fumaba con la ventana abierta en el undécimo piso, iba repasando mentalmente todos los documentos que debía adjuntar, los cuestionarios a escribir y, sobre todo, el paper que le exigían para postular. Pensó escribirlo sobre Wittgenstein, un filósofo a su juicio poco valorado. Además, era novedoso y de su interés personal. Sólo había un reparo en todo ello: el plazo de cierre era dentro de dos días, por lo cual no dudó en calentar mucha agua y agotar su reserva de café. Pese a que tenía clases en el liceo al día siguiente muy temprano, bien valía la pena la vigilia escribiendo.

Cerca de las cuatro de la madrugada, ya evidentemente cansado, Renato sintió que alguien caminaba en el pasillo. Giró de su silla y, con espanto, vio que su padre lo miraba con lástima. Restregó sus ojos para ver si no era una fantasía por la falta de sueño.

—Hasta estas horas trabajando, Renatito, ¿acaso pretendes resolver tu futuro en una noche sonámbula?

—¿Qué haces aquí, papá? Esto no puede estar sucediendo.

—Lo que no puede suceder es que pretendas aumentar tu sueldo con tus libritos de filosofía. ¿Es que acaso a los socialistas trasnochados ahora les dio por ser intelectuales financiados por el Estado? Disquisiciones espurias, caldo de cabeza…

—Claro, lo había olvidado, tú siempre argumentando desde la retórica, con palabras pedantes como disquisiciones.

—Hijo, hazte un favor, anda a acostarte y deja de soñar despierto.

Fue en ese momento que Renato abrió los ojos de golpe y lo cegó la pantalla iluminada del computador con el documento que redactaba a medio terminar.

La jornada laboral al día siguiente le pareció a Renato una tortura. Hasta sus alumnos su burlaron de sus ojeras, y por la falta de sueño estaba con un genio muy irritable. Por poco se desquita humillando a un muchacho que intentaba pasarse de listo con preguntas capciosas. Horas después, en la cafetería del liceo, dando sorbos cadenciosos a un café muy cargado, se sentía a gusto de haber concluido por la mañana de ese día la postulación en línea a la beca. Era optimista: tal vez su paper no fuera tan prolijo (lo escribió con evidente apuro), pero era original y hasta elegante. De quedar seleccionado podría al fin decir adiós a ese liceo de mala muerte, aspirar a una vida mejor.

Los días que siguieron fueron de mayor calma, Compartió varios fines de semana con su novia y la hija de ella. Le contó pormenores de su postulación, hicieron planes juntos. Sabían que eran sólo castillos en el aire, pero buscaban conservar el optimismo, pese a que no daba garantías de nada. Renato le contó a ella el sueño con su padre, de lo angustioso que le resultaba.

—Es un tema que no has resuelto, por eso te sigue penando su recuerdo. Tienes que liberar esa tristeza.

—Lo sé, Belén, pero a veces pienso que es más fuerte que yo, que no hay forma de control sobre mi inconsciente.

—¿Y la terapeuta no te ayuda con eso?

—Le habló mucho sobre mi padre. De hecho, me ha dado varias señales que me hacen pensar mucho. Pero es como si fuera una sombra que me persigue.

 

A los pocos días, mientras Renato se disponía a impartir una clase de la tarde en el liceo, lo llamaron desde la Facultad de Filosofía. Era para una entrevista con el secretario académico del programa de posgrado. Sintió una mezcla de entusiasmo y temor a la vez. Muy educado, excesivamente formal, agradeció la llamada y confirmó su asistencia. Inmediatamente telefoneó a Belén para darle la noticia. Ella lo tranquilizó asegurando que tenía capacidades de sobra para quedar en el doctorado.

El día de la entrevista Renato se levantó muy temprano. Vistió una tenida formal, desayunó ligero, y caminó hasta el paradero con serenidad. Fue un sentimiento de nostalgia el volver a pisar el Campus Juan Gómez Millas: los mismos patios, los edificios de distintas facultades, los rincones que albergaban recuerdos. Los directivos de la Facultad de Filosofía habían cambiado, y Renato no guardaba mayor contacto con su alma mater desde que se tituló. Sin embargo, lo reconoció la misma secretaria de la Escuela.

Sentado, a la espera, repasaba su postulación de hacía algunas semanas y creía estar bien fundamentado para ser recibido por el secretario académico. Lo hicieron pasar y fue recibido por un hombre de unos cincuenta años, de rictus serio y barba prominente. Con un trato seco pero amable, la autoridad de la Facultad le explicó a Renato que sus antecedentes eran muy valiosos, muy buen currículum y recomendaciones, pero que le extrañaba que un egresado de la carrera con tan buenas notas cometiera lo que, no podía ser de otra forma, era un error estúpido: su paper era sólido, bien argumentado, de redacción prolija salvo porque estaba incompleto. El secretario le preguntó extrañado qué diablos le había sucedido, pues no cabía posibilidad de que un postulante tan sobresaliente entregara como trabajo final ese ensayo inconcluso.

Renato sintió el mundo derrumbarse ante sus ojos. Percibía menos luz que hace un momento y un nudo de tristeza le ahorcaba la garganta. Sería este, como le insistía su terapeuta, un acto fallido, una maldita zancadilla del inconsciente. Pero ¿qué significaba?, ¿qué motivó un error tan burdo?

Por cierto, el cielo se había nublado a la salida del Campus en Ñuñoa. Caminó escuchando la brisa sobre las hojas en sordina por la calle Ignacio Carrera Pinto. Perros quiltros le ladraban a su paso y Renato, con desdén resignado, los ignoraba. Una vez llegado a la avenida Grecia, entre un grupo de empleados de aspecto burocrático que cruzaron en su camino, creyó ver, con semblante taciturno, a su padre sonreír adolorido.


martes, 4 de marzo de 2025

El hombre ausente

 


“Y todo ¡¿para qué?!/ Para ganar un pan imperdonable/ Duro como la cara del burgués/ Y con olor y con sabor a sangre”. Los versos del sabueso Parra resonaban en la cabeza de Agustín a esa hora. Atardecía en Maipú y los borradores de sentencias judiciales parecían crecer como montañas en desarrollo geológico ante sus ojos. El sólo pensar en que debía transcribirlas en el viejo computador, ya arrastrando ojeras que se adosaban sempiternas sobre sus pómulos, además de la labor de corregir la gramática y la nomenclatura jurídica, no le dejaban más alternativa que suspirar, formar una leve sonrisa de resignación. Para sobrellevar el tedio, imaginaba pasos por la campiña del sur de Francia, en épocas doradas, como aquellas que con tanta maestría plasmara Van Gogh en sus días de asueto creativo, las mismas que revisaba en su triste habitación por las noches, siempre recurriendo al libro con ilustraciones en papel couché, tal vez su más sagrado refugio a la sofocante faena de los días hábiles.

Apenas finalizada su jornada diaria, este treintañero emprendía rumbo a Estación Central, en una travesía en el Transantiago que nunca dejaba de ser sofocante. Empujones, vagones del Metro como latas de sardinas humanas, los gruñidos y amenazas en el habitual desplazarse por la capital parecían el aderezo que singularizaba los viajes. Por sobre esos malos ratos, lo que exasperaba a Agustín era la indiferencia con que la sociedad tenía costumbre de responderle: el otro día se había detenido en un puesto de flores a la salida de la Estación Quinta Normal, pensando sorprender a su novia con un regalito, y se sintió literalmente un hombre

invisible. “Disculpe, quiero media docena de claveles blancos”. Sus palabras quedaron suspendidas en la fría noche santiaguina. El dependiente seguía mirando la teleserie previa a las noticias centrales, desde un pequeño televisor a baterías, y la que supuso su mujer ni se inmutó ante sus requerimientos, tan entretenida estaba conversando con la señora del puesto de sopaipillas. Que el Benja Vicuña cada vez más lindo, que la Raquelita se tituló de abogada, qué niña más habilosa, que se ríe tanto en las mañanas con las locuras del Luchito, y el pobre Agustín, insiste que insiste y nada, como si fuera un adorno más del paisaje. Ser anónimo que camina en medio de la masa de personas que regresan de su trabajo, él se dirige a tomar la micro rumbo a casa de Camila.

Su novia lo recibe amorosa, lo invita a sentarse y un café. Es un verdadero oasis, enclavado en esta sucia y ruidosa urbe, la casa de Camila. Sin embargo, ambos saben que la madre de Agustín no acepta la relación, y él se ha visto durante meses en la necesidad de perseverar en la mentira de una novia de nombre ficticio. Los prejuicios sociales, esa absurda manía que tenemos los chilenos de sentirnos siempre por sobre la clase social a la que pertenecemos, han destruido la intención de estos jóvenes de vivir un amor libre de tabúes y encuentros clandestinos.

Agustín y Camila beben café y conversan sentados en la terraza de la casa de los padres de ella. Él se desahoga detallando los pormenores de su asfixiante trabajo, parece un plañidero cantor de gesta y Camila lo consuela como una madre a su pequeño, mientras acaricia su escaso pelo. Juntos fantasean sobre la posibilidad de que Agustín encuentre un mejor trabajo, el sueño de irse a vivir a un departamento lejos de las respectivas familias, de disfrutar la relación a sus anchas y sin comportarse como adolescentes, de escaparse algunos fines de semana a algún balneario. Pero la dura realidad los aplasta luego de descansar sobre la nube: el desempleo aumenta en Chile, Agustín no terminó sus estudios de Derecho, el trabajo en el que se desempeña pretendía ser sólo por un tiempo, pero se ha prolongado, sin otra opción mejor y así…

Avanzada la noche se despiden con largos besos, como para recordarse mientras no se ven y Agustín emprende su regreso a casa, en Maipú. En el camino al paradero, se detiene en un boliche del barrio a comprar un encendedor para fumar mientras camina, así el frío se condimenta con un poco de humo de tabaco. Entra a la botillería y saluda al dependiente, pero él no se inmuta pues está concentrado viendo la teleserie bíblica del canal de televisión nacional. Agustín se exaspera y le grita que no es un dibujo en la pared, que cómo no lo atiende. El hombre se digna a mirarlo de soslayo y le replica que no le quedan encendedores. ¿Y ésos que veo ahí, qué son? Mire, joven, no le puedo vender, estoy sin boletas. Agustín está a punto de estallar y aparecen en el local unos tipos que parecen ser viejos amigos del dependiente, lo saludan efusivamente e intercambian bromas, piden comprar cervezas, vasos de papel y entre tanta algarabía el joven se desanima y prosigue su camino desconcertado.

En el solitario viaje a casa, Agustín piensa en su rutina y el lejano futuro que desearía. Ve a una hermosa muchacha leer “Madame Bovary” en el Metro y por instantes desea ser unos de los amantes de Ema en la Francia del siglo XIX, transportarse, como por arte de magia, a otro lugar geográfico, a otra época, abandonar esta vida de mierda que soporta día a día. Suena el teléfono móvil y lo despiertan de su ensoñación los gruñidos de su jefe, que las sentencias del Juzgado de Policía Local no pueden esperar, que está atrasado al menos una semana en el calendario de resoluciones judiciales, que no sabe en qué diablos ocupa su tiempo, que mañana lo quiere a primera hora en la Municipalidad. Agustín, luego de dar vagas explicaciones a regaños que no ameritan explicarse, corta el teléfono y suspira. La bella joven del libro baja en ese momento.

Agustín llega a casa tarde, con frío. Al abrir la puerta siente de inmediato el sonido del televisor a todo volumen. Su madre, que carga con años de viudez y una rutina

de dueña de casa, no encuentra mejor ocupación que echarse en la cama frente a la pantalla, prácticamente todo el día. Está por entrar a su pieza y la progenitora lo increpa: ¿me compraste los remedios que te encargué?, ¿hiciste aseo en tu pieza?, no puedes ser tan irresponsable, Agustín, no nos sobra la plata. ¿Cómo se te ocurre volver tan tarde, con tu madre enferma? Y al final, como un aminorado consuelo, le dice: le dejé un plato de cazuela de ave en el refrigerador, para que se lo caliente rapidito.

Agustín suspira nuevamente. Cierra la puerta de su habitación y se sienta en la cama. Casi por instinto, toma el libro con ilustraciones en papel couché de pinturas de Van Gogh. Abstraído y con la mirada fija en las láminas, que hojea parsimoniosamente, se ve caminando por la campiña del sur de Francia, esos parajes de trigos dorados. Justamente se detiene en la obra “Trigal con cuervos”, en las gruesas pinceladas amarillas sobre otras marrones, en el cielo interrumpido por esferas blancas, simulando destellos de luz y, sobre todo, en los cuervos que coronan el cuadro. Sabe que dos semanas después de pintar ese lienzo, el holandés se suicidó terminando una vida atormentada.

Mira los cuervos con devoción. Transpira, siente mareos, cree traspasar el límite del papel couché y se adentra en el cuadro, mientras de sus brazos comienzan a emerger tupidos plumajes negros, con reflejos iridiscentes azulados y púrpuras, que también colonizan sus piernas. Le crece una larga cola, un grueso cuello y un pico fuerte y oscuro. De un momento a otro sobrevuela su barrio de Maipú, y luego, la noche santiaguina, en busca de residuos, de carroña animal y humana. Quién sabe, tal vez ahora desee pronunciar Nevermore a su amada perdida en otra era.