Pavel
no podía creer las imágenes que desfilaban ante sus ojos. No sólo la historia
le era muy familiar, sino también la estética, los ángulos y movimientos de
cámara, las referencias cinematográficas y aquellos guiños a la cultura
chilena. El contexto audiovisual, en definitiva. Intentaba armar las piezas del
puzle en su mente, su memoria y hechos relacionados, sin descuidar el análisis
de la anunciada película que veía por primera vez. ¿Qué sucedió aquí?, ¿cómo
fue esto posible?, se preguntaba aún con la sensación incierta de no saber si
el eventual plagio era una realidad o sólo una fantasía proyectiva. Muy
engreída, por cierto.
Se
encontraba en la función Avant Premier de la más reciente cinta de Reinaldo
Marchant, aquel mítico cineasta chileno, radicado desde el Golpe de Estado en
París, en la cual incursionaba por primera vez en el género de ficción, con
evidente herencia del cine documental que lo hizo conocido internacionalmente.
La historia de “Rebelión en París” transitaba entre el presente en la capital
francesa y los pormenores de la Revolución de Mayo del 68, con muy bien
empleados raccontos y flashbacks. Pero la película era clara en hacer alusión,
tanto implícita como expresamente, al estallido social de octubre de 2019 en
Chile.
El
estupor que despertó en Pavel, cineasta cuarentón que sobrevivía dando clases
en institutos particulares, durante la primera exhibición en Chile del
largometraje de Marchant fue a partir del subtexto cinematográfico del filme:
una revisión y homenaje contemporáneo a la película “Tres Tristes Tigres”, del
ya fallecido Raúl Ruiz. La cinta otorgaba nuevos significados a una historia
parecida— mantenía el triángulo protagónico de dos hombres y una mujer—, sobre
la base de aquella obra del director de culto realizada en Chile a fines de la
década del 60, con bastante carga política militante e innovaciones
cinematográficas inéditas para el cine nacional de entonces.
Justamente
esta Avant Premier— a la cual pudo asistir consiguiendo una codiciada
invitación por medio de viejos compañeros de carrera—, se realizaba el sábado
siguiente al 18 de octubre de 2022, pues se evitó la fecha de conmemoración
exacta por los incidentes que se esperaban para la jornada y que, de hecho,
ocurrieron. Pero el simbolismo estaba cifrado en reflexionar acerca del período
transcurrido desde el inicio del movimiento ciudadano de protesta e indignación
social. La función contaba con la presencia del mismísimo Marchant, autoridades
del Ministerio de Cultura, reconocidos cineastas nacionales, actores
progresistas e incluso rostros de la prensa que mostraron inclinación por el
estallido social.
Marchant,
tal como Pavel había leído en la prensa, había sido explícito en prohibir
cualquier estreno previo de su película en salas de cualquier ciudad del mundo
o en plataformas de streaming. Evidentemente, se trataba de un filme político
y social que emparentaba mucho su ideología con la actitud adoptada por el
gobierno del presidente Boric, luego del bochornoso fracaso del Apruebo en el
plebiscito de salida de la propuesta constitucional.
Una
vez concluida la función, Pavel estaba confundido. El selecto público de la
sala de cine en el subterráneo de La Moneda aplaudió a rabiar el estreno,
redoblando su clamor cuando Marchant subió al escenario para recibir el abrazo
efusivo de la ministra de Cultura.
La
chaqueta de tweed de la leyenda cinematográfica no quedó impoluta ante tanto
palmotazo en su espalda mientras sostenía su copa de vino espumante, obviamente
de origen galo, durante el cóctel. Pavel no había comido mucho en esos días y,
pese a que las brochetas de marisco— infaltables en una gala chilena de
prestigio— se le hacían agua en la boca, mayor era la amargura en su paladar
ante la sospecha creciente de que había sido plagiado de forma descarada. Y que
este robo intelectual viniera de parte de un insigne representante cultural, no
podría ser peor.
Lo
observó sombrío desde lejos, entre tanta palabrería zalamera, e hizo un gesto
de rechazo a la bella pelirroja que le ofrecía canapés. Buscó la salida menos
concurrida con intención de retirarse indignado, consciente del suculento lobby
que desperdiciaba, todo por lo que, tal vez, era otra de sus paranoias.
La
noche de Santiago estaba fresca y a la vez contaminada, no lo suficiente como
para que Pavel decidiera encender un Marlboro. Lo ayudaba a pensar más
nítidamente. Necesitaba reflexionar con claridad.
No
quiso tomar el Metro, prefirió hacer memoria mientras caminaba de regreso a su
hogar en el barrio Yungay.
“Las
causas de la revuelta de mayo del 68 en París no fueron sólo filosóficas,
intelectuales, Pavel. También hubo factores sociales y políticos de ese momento
que hicieron estallar a la juventud y, luego, a los sindicatos obreros”, le
había revelado Étienne durante los días en que protestaron en la, por ese
entonces, Plaza Dignidad. El recuerdo de ese colega invadía sus pensamientos
durante la caminata.
Había
conocido a Étienne durante la filmación de un documental en años previos al
estallido social. Fue una producción franco-chilena que buscaba rescatar la
herencia de la cultura gala en Chile. Pavel logró conseguir empleo en el equipo
de guionistas y durante el rodaje conoció a este cineasta francés, hijo de
exiliados chilenos en Francia, que vivió unos años en el país de sus padres,
motivado por conocer sus raíces.
Una
vez concluida la producción cinematográfica, Pavel y Étienne continuaron viéndose.
Habían hecho buenas migas en ese trabajo y el chileno quiso introducir a su
nuevo amigo en la vida bohemia santiaguina. A los pocos meses de que se hiciera
costumbre juntarse los fines de semana, se unió al grupo Karla, una amiga de
muchos años de Pavel.
Ella
también era cineasta, había sido compañera de Pavel durante el pregrado de la
carrera. Es más, por esos años pololearon y, si bien una vez egresados
prefirieron no continuar con la relación, mantenían una bonita amistad hasta el
día de hoy.
Los
tres ya mayores y solteros, más allá de relaciones esporádicas de alguno,
formaron un trío muy singular en las noches santiaguinas. Bromeaban aludiendo a
filmes franceses como “Jules et Jim” o “The dreamers”. Cafés y bares del barrio
Lastarria, Plaza Ñuñoa o el barrio Yungay eran los escenarios de amenas e
interesantes conversaciones sobre cine, política y también sus sueños, amores,
nostalgias y tristezas.
Desde
que conoció a Étienne, Pavel de inmediato le comentó acerca de Raúl Ruiz. Era
un referente, un ídolo y la nacionalidad francesa de su nuevo amigo incentivó
las palabras sobre este cineasta que hizo gran parte de su obra en París, pero
nunca dejó de ser chileno. “Guardando las proporciones, siento que Ruiz es como
el artista anfibio del que hablaba Cortázar, que no sabía si era un argentino
afrancesado o un galo con sus orígenes en Buenos Aires”, le planteaba.
Si
bien el francés conocía muy bien la cultura latinoamericana, gracias a sus
padres, no mostraba mayor interés por la chilenidad de Ruiz. Lo consideraba un
compatriota más, un director de talento que no habría logrado la calidad en sus
películas de no haberse radicado en Francia. A Étienne le gustaba Chile, pero
sólo como un destino de paso, un país interesante y pintoresco, pero jamás
habría deseado radicarse en él. Ese pensamiento gris y mediocre,
subdesarrollado, en algunos aspectos ignorante, que atribuía a los chilenos, le
provocaba una mezcla de rechazo y cariño. El afecto era más bien como la
ternura que le podía inspirar un niño marginal inocente.
Karla
nunca vio con buenos ojos esos aires de superioridad europea de Étienne. Aunque
era hábil en disimularlos, esta chica notaba en detalles su carácter
colonialista. Encontraba al francés un hombre amable y de conversación
interesante, muy inteligente, pero había momentos en que se percataba de esa
frialdad arrogante y prefería hacerse la tonta frente a estas actitudes.
Fue
en esas noches bohemias que Pavel llegó incluso a ser obsesivo al destacar el
primer largometraje de Ruiz. “Me encanta la semántica ideológica que agrega a
la obra de Sieveking. De una dramaturgia convencional, costumbrista, Ruiz suma
a un personaje, Lucho Alarcón, quien convierte al personaje de Rudi en el
antagonista de Tito, creando el escenario de la lucha de clases con el
alzamiento del rol de Nelson Villagra, en el desenlace, en contra del opresor”,
sostuvo el chileno.
Étienne
había visto “Tres tristes tigres”, incluso había leído la obra de teatro.
Entendía que se trataba de una historia en que dos hermanos, Tito y Amanda,
pobres y grises santiaguinos de los 60, se involucran con Rudi, el pudiente
jefe, quien termina tratando con mucha prepotencia a Tito, lo cual motiva que
este se rebele y le propine una paliza— de carácter contenida, razonada,
intelectual—, la cual simboliza la insurrección proletaria, bandera de lucha de
la izquierda, que por esos años iba al alza no sólo en Chile, sino en el mundo.
No
obstante, le manifestaba a Pavel que no era el cine de Ruiz que más le gustaba.
Creía que este cineasta había logrado ápices mucho mayores con el desarrollo de
su simbolismo en los filmes creados en Francia, que esa película de sus inicios
mostraba unos tímidos y torpes talentos expresivos, en comparación con la obra
posterior en el exilio, reconocida incluso por la prestigiosa revista Cahiers
du Cinéma.
Pavel
valoraba la erudición de su amigo, pero no siempre la compartía. Encontraba un
aire fresco en sus opiniones, con una mirada que ampliaba los horizontes mentales
respecto de algunos temas, lejos del pensamiento insular que veía en ciertos
chilenos mayores que él, pero era a su vez consciente de que su origen europeo
no siempre le permitía conectarse con la realidad chilena a un nivel cotidiano.
Coincidía en esto con Karla y, de hecho, a espaldas de Étienne lo conversaban
algunas veces, sin que por ello les cayera derechamente mal.
El
chileno impartía clases de guion en institutos profesionales y, cuando tenía
suerte, en universidades, sin haber logrado alcanzar el estatus de docente de
planta. Su casa en el barrio Yungay estaba sobriamente decorada: afiches de
filmes clásicos, un cuadro al óleo de un amigo, artesanías en greda de
Quinchamalí y un telar de La Araucanía eran lo que más recordaban las visitas
cuando conocían su hogar.
No
vivía con grandes lujos. Si bien le alcanzaba para arrendar la vivienda y
disfrutar los fines de semana, su dieta consistía principalmente en arroz,
tallarines, embutidos y hamburguesas; hace años que no salía del país de
vacaciones y tampoco se había podido embarcar en la compra de una propiedad.
En
materia sentimental, se había convertido con los años en un solitario. Había mantenido
algunas relaciones de pareja estables luego del pololeo con Karla, pero no
perduraban mucho. Siempre sentía que no conectaba del todo con las chicas, no
se sentía plenamente a gusto y, dado que muchos le señalaban, admitía ser
mañoso en el amor. Justamente Karla terminaba siendo su confidente sentimental.
Lo apoyaba y le daba consejos, pero entendía que su amigo tenía asuntos
emotivos no resueltos, los cuales prefería no manifestarle con todas sus
letras, pues era consciente de que se ofendería.
Ella,
por su parte, años después del pololeo de estudiantes con Pavel, se había
embarcado en una relación muy profunda y duradera. Hizo planes de casarse y
proyectos a futuro. Sin embargo, este hombre resultó no ser quien aparentaba.
Tras años de relación Karla fue descubriendo con espanto que su novio ocultaba
muchos secretos, que le había sido infiel en varias ocasiones, a un nivel de
falsedad rayano en lo patológico. Evidentemente, fue un duro golpe para esta
chica, quien buscó consuelo a su decepción en Pavel. Desde entonces volvieron a
verse más seguido y compartir como buenos amigos.
Algunas
de estas historias románticas fueron esbozadas por estos amigos a Étienne,
durante las noches bohemias santiaguinas, pero sin llegar a describir detalles
ni profundizar en el tema. El francés era receptivo a escuchar esta intimidad
insinuada de los chilenos, a comentar con reflexiones empáticas, pero no revelaba
su propia vida interior a sus amigos. Sus conversaciones versaban acerca del
estilo de vida en París, de los lugares y personas que frecuentaba, pero
siempre en un tono más cercano al relato sociológico que íntimo. Para Pavel y
Karla la vida privada de este europeo seguía siendo un misterio.
El
2019 los amigos continuaban juntándose los fines de semana, cada cual durante
la semana hábil enfocado en sus asuntos y respectivos trabajos. Hasta que en
octubre los escolares comenzaron a evadir los torniquetes del Metro de
Santiago, las declaraciones de las autoridades de gobierno irritaron a la
opinión pública y el viernes 18 de octubre Chile despertó. Pavel y Étienne
habían conversado temprano ese día para juntarse en la Plaza Ñuñoa después de
trabajo. Karla se había sumado a última hora, luego de desocuparse de las
labores que hace años ejercía en una productora independiente, pero cuando cada
cual intentó tomar el Metro, encontraron las estaciones cerradas a causa de las
manifestaciones.
Durante
los primeros días del estallido social, conversaron bastante por WhatsApp. Los
tres adhirieron al sentimiento de indignación de los chilenos y, pocos días
después, decidieron sumarse a las manifestaciones en Plaza Italia. Resguardados
por la Primera línea, Pavel, Karla y Étienne protestaban en contra del
neoliberalismo del presidente Sebastián Piñera y de todo el sistema que por más
de 30 años había sumido al país en un estancamiento social, disfrazado de
“oasis latinoamericano” con cifras macroeconómicas que eran ciegas a la
verdadera hambre y miseria de sectores postergados y marginales.
Asimismo,
las víctimas de la represión policial— muertos y mutilados oculares—, les
causaban dolor y rabia desesperada, conscientes de que esos actos en cualquier
país del mundo eran considerados flagrantes violaciones a los Derechos Humanos.
Justamente
la mentalidad europea de Étienne fue un punto de vista que agradó, en este
sentido, a Karla y Pavel. El francés les explicaba que los argumentos de
ciertos chilenos, así como del gobierno, que relativizaban las violaciones a
los derechos fundamentales de los ciudadanos sería, a oídos de otros países,
una broma de mal gusto, un postulado irrisorio, por no decir estúpido.
Étienne
entregó su mirada del contexto del estallido social chileno a Pavel, por esos
días, sacando a colación las protestas similares ocurridas en Francia en años
recientes y décadas atrás. Fue entonces que instruyó a su amigo chileno acerca
de los factores políticos y sociales que jugaron un rol importante en la Revolución
de mayo del 98 en París, movimiento legendario en el cual también los cineastas
de la Nouvelle Vague participaron activamente.
A
raíz del fragor revolucionario y el nutrido intercambio intelectual de esos
días, Pavel se sintió inspirado para escribir acerca del movimiento social
chileno de 2019, pero desde un tintero creativo. Y la admiración por la
película “Tres tristes tigres” fue un ingrediente que quiso emplear como
referente para reflexionar acerca del estallido social.
Un
viernes de protesta en Plaza Dignidad, cansados de tanta irritación en sus ojos
por las bombas lacrimógenas, Pavel invitó a Étienne y Karla a recuperarse de la
paliza represiva de los pacos en su hogar en el barrio Yungay.
—¿Llega
a este nivel de violencia la policía francesa en las protestas? —, consultó
Karla a su amigo europeo, al tiempo que mordisqueaba medio limón y pasaba un
pañuelo desechable por sus ojos.
—No,
te aseguro que no es lo mismo. Hay más proporcionalidad en el uso de la fuerza,
al menos en París.
—Me
indigna lo que ocurre. Más todavía al ver cómo la prensa habla del estallido en
la tele. Por eso he pensado escribir sobre todo esto, dejar una constancia
lejos del discurso oficial… —intervino Pavel.
—¿Escribir
un artículo de opinión en algún portal de prensa independiente? —quiso precisar
Étienne.
—No,
eso se los dejo a los sociólogos. Mi intención va más por desarrollar la
ficción, usar el simbolismo para manifestar mi punto de vista.
—Interesante,
Pavel. ¿Tienes algo en mente para comenzar? —, replicó Étienne.
—Claro,
quiero hacer un homenaje a la película “Tres tristes tigres” y, a la vez,
escribir un guion con mis ideas políticas sobre el estallido social, sin caer
en el proselitismo.
—¿De
nuevo con esa fijación por Raúl Ruiz? Pavel, me parece muy valioso que quieras
emplear la ficción como herramienta para simbolizar lo que ocurre en Chile,
pero recurrir a un filme menor de este cineasta no lo encuentro una opción
acertada. Estropearías todo el proyecto.
—Étienne,
respeto mucho tu erudición cinematográfica, pero creo que tú ves la realidad
chilena desde una mirada muy europea. Es un aporte, en algunos aspectos, pero
en otros siento que no te acercas mucho a lo que se vive acá…
—¿Me
estás llamando colonialista?
—¡No,
hombre! No me malinterpretes. Sé que eres cercano a Chile, si a fin de cuentas
viniste acá por tus papás. Lo que pasa es que creo que has vivido una realidad
muy distinta a la chilena, lo que tiene sus virtudes, pero te hace más difícil
entender ciertas cosas. Nada personal.
Étienne
le dejó en claro a su amigo que no estaba ofendido y que respetaba su punto de
vista. Sobre el proyecto de guion, le indicó que, si bien no compartía el
enfoque creativo, destacaba la iniciativa de abordar el estallido social—
frente al cual él también se sentía muy comprometido—, mediante una ficción, de
forma simbólica.
Pavel
continuó investigando acerca de este filme. Luego de asociar ideas y ensayar
mentalmente líneas narrativas, comenzó a escribir el guion de su largometraje.
Fue avanzando de a poco, lamentaba no contar con más tiempo libre, suficiente
para concentrase y escribir por más horas seguidas. Pero la mecha ya estaba
encendida y no iba a dejar que se extinguiese.
Con
el paso de los meses, tras mucha manifestación y rabia acumulada, el virus se
propagó entre las vías respiratorias de los chilenos y fue necesario ocultar
parte del rostro con mascarilla. Pavel pretendía seguir acudiendo a Plaza
Dignidad, pero el llamado a la conciencia de la Primera línea hizo que los
hechos cayeran por su propio peso.
Vino
el encierro de la cuarentena y el cineasta conversaba seguido con Karla. Ya en
los primeros días del anuncio oficial de la llegada del Coronavirus, Étienne
avisó a sus amigos que regresaría a Francia antes de que cerraran las
fronteras. Los chilenos fueron a despedirlo al aeropuerto. “Espero que te
quedes con una bonita imagen de Chile, pese a que viviste el estallido social y
los pacos nos apalearon. Esta siempre será tu casa, Étienne”, le dijo Karla,
para luego abrazarlo. En tanto, Pavel lo instó a mantener el contacto:
“Conversemos, sigue escribiendo, queremos saber de ti y contarte de nuestras
vidas de aquí en adelante”. El francés se emocionó, abrazó efusivamente a Pavel
y dejo una promesa: “Apenas llegue a París les escribo. Y quiero saber de ustedes,
de cómo sigue Chile ahora que el estallido está en pausa. Me interesa saber
cómo avanza tu proyecto de guion, Pavel. No se van a deshacer de mí tan
fácilmente. Hablaremos”. Lo vieron despedirse desde lejos una vez franqueado el
control de policía internacional.
Sus
promesas se las llevó el viento. A los pocos días, pareciera que a Étienne se
lo hubiera tragado la tierra. Karla y Pavel se ofendieron mucho y confirmaron,
tras la profunda decepción, que nunca conocieron realmente a este francés.
Luego vino el encierro y mucho tiempo solitario para reflexionar.
El
aislamiento en el hogar por medidas sanitarias fue un incentivo para que Pavel
se volcara a escribir su guion de largometraje. Ejerció la docencia por
videollamadas, pero de todos modos contaba con muchas horas libres en las que,
al igual que todos, no podía salir a la calle, por lo que se concentró en su
trabajo creativo.
Conversaba
seguido con Karla. Estos amigos se apoyaron en la soledad que significaba el
aislamiento físico de ese período. Asimismo, Pavel le iba contando de los
avances en el guion, compartiendo escenas y diálogos, que ella comentaba,
entregando en ocasiones consejos para mejorar el proyecto. El cineasta se fue
encariñando con este libreto.
Con
la llegada de la primera vacuna contra el Covid 19 y el proceso masivo de
inoculación, Pavel también fue uno de los santiaguinos que quiso aprovechar los
permisos para salir y reencontrarse con la vida bohemia. Un café en el barrio
Bellas Artes con Karla fue uno de sus primeros panoramas.
Un
viernes por la tarde, cuando regresaba de una reunión en el instituto donde
hacía clases, quiso pasar a beber una cerveza y comer un buen chacarero en el
local Chancho Seis, una de sus picadas favoritas en el barrio Yungay.
Mientras
degustaba el pan, la carne y los porotos verdes, entre otros ingredientes,
combinó el momento con la lectura de “La poética del cine”, obra capital de
Raúl Ruiz. En una breve pausa a la mirada fija al libro, se percató que una
atractiva colorina lo miraba insinuante desde una mesa cercana.
No
iba a hacer caso de la señal, pues solía sentirse desengañado de esas
situaciones fortuitas, pero la chica se levantó de su silla y se acercó a él.
—Hay
que derrocar la dictadura de la Teoría del Conflicto Central, ¿cierto?
—Perdona,
¿quién eres? —le preguntó Pavel, sorprendido.
—Una
admiradora de Raúl Ruiz, al igual que tú…
—No,
si me doy cuenta de que te leíste este libro —la interpeló, enseñando la
edición impresa entre sus manos —¿Siempre eres tan directa al acercarte a un
desconocido?
—No
siempre, sólo cuando alguien me interesa de verdad. Soy Andrómeda, fotógrafa.
¿Con quién tengo el gusto?
—Me
llamo Pavel—, respondió ya más tranquilo —¿Quieres sentarte?
—Creí
que no me lo pedirías —expresó, para luego acomodarse en la silla a su lado.
Si
bien Pavel no estaba acostumbrado a ser abordado por una mujer de esa forma, de
inmediato se sintió muy atraído por Andrómeda. Era una chica treintañera muy
bonita, vestía con un estilo post punk de buen gusto, y su voz grave la hacía
más sensual a los ojos del cineasta. Además, una vez que estuvo sentada, enarboló
un discurso acerca de directores de fotografía renombrados, siendo muy intensa
y asertiva en sus juicios de valor, lo cual despertó en Pavel una sensación de
estar ante una mujer de carácter, muy distinta a Karla u otras chicas con las
que había compartido intimidad.
Del
cine pasaron a intercambiar vivencias personales e íntimas. Andrómeda era
empática con las confesiones de Pavel. Avanzada la conversación, que aderezaron
con varias cervezas, él se sintió atrapado en la seducción de esta chica.
Faltaba
poco para iniciar el toque de queda y Pavel no quería despedirse, pero había
que volver a poner los pies en la tierra.
—Andrómeda,
me encantaría seguir conversando, pero va a empezar el toque de queda.
—¡Cresta!
Tienes razón, se me pasó la hora volando. No alcanzo a llegar a mi casa…
—¿Dónde
vives?
—En
La Florida, ni cagando llegó, ¿qué voy a hacer?
Pavel
sentía que la oportunidad de invitarla a pasar la noche a su casa parecía caída
del cielo. Le atraía mucho Andrómeda, pero no era tan audaz en la intimidad.
Podían intercambiar teléfonos, por supuesto, pero pensó en ese instante que un
encuentro sexual con una mujer como ella, aunque fuera precipitado para su
forma de ser, no era algo que se le presentaba con mucha frecuencia. Decidió
ofrecerle quedarse en su casa, ambos conscientes de que eran personas grandes y
que sabían a lo que iban.
Andrómeda
aceptó con gusto y, una vez cruzado el umbral, le preguntó a Pavel si tenía
pisco y Coca Cola para continuar la conversación más amenos. Afortunadamente
para él, contaba con una botella casi llena y la bebida: preparó dos vasos. Los
dejó sobre la mesa de centro del living y se disculpó unos minutos para ir al
baño.
Cuando
regresó, Andrómeda estaba de pie, con el vaso de piscola en la mano, mirando el
afiche de la película “Terciopelo Azul” colgado en uno de los muros, consistente
en un fotograma en que se aprecia al actor Kyle MacLachlan sosteniendo a
Isabella Rossellini, en una postura sensual.
—¿Eres
de las fans incondicionales de David Lynch? —le preguntó.
—Me
gusta su cine, pero no creo ser tan fanática. En todo caso, no creí que fuera
de tu línea cinematográfica.
—Tengo
el afiche más de adorno que por admiración, Andrómeda. Valoro mucho a Lynch,
pero en este caso me gusta más la estética del cuadro —le aclaró y ella no pudo
evitar una sonrisa fugaz —¿Qué es lo gracioso?
—Nada,
es que solamente pensé por un momento que eras de los hombres que tienen como
fantasía a la femme fatale, como Isabella Rossellini en esta película —Pavel se
sonrojó —¿Me ves como una femme fatale?
—No
caigamos en estereotipos, Andrómeda —salió del paso al sentirse desnudado en
sus sentimientos y bebió varios sorbos de piscola.
Luego
se sentaron en el sofá y Pavel le contó acerca de su trabajo y sus proyectos,
sus anhelos más íntimos. De un momento a otro estaban besándose. Él se sentía
como dentro de una película, no creyendo que la situación fuera del todo real,
pero disfrutándola mucho.
Minutos
después terminaron sus tragos y decidieron continuar en la cama de Pavel. Él
quiso apagar las luces, no le importó reconocer que era tímido y Andrómeda lo
entendió, sin burlarse y entregándose a la pasión.
Pavel
despertó ya avanzada la mañana. Sufría un intenso dolor de cabeza. Maldijo e
intentó hacer memoria sobre lo ocurrido anoche, le constaba pensar con
claridad. “Claro, la pelirroja, Andrómeda, todo parecía como una película”.
Miro a su lado y el resto de la cama estaba vacía. Se levantó a tientas y fue
al baño, para luego salir al living a mirar si ella seguía en su casa. Incluso
la llamó en voz alta desde el pasillo. No había rastro de la mujer.
Bebió
mucha agua y, luego de un improvisado desayuno, ingirió dos tabletas de
paracetamol. Una vez más despejado miró su teléfono. Llamó a Andrómeda, pero
apareció la típica grabación que conduce al buzón de voz. Le escribió al
WhatsApp, sin que apareciera el mensaje con la señal de “visto” tras varios
minutos. Buscó si había dejado algún mensaje en un papel, pero nada. Y entonces
se percató que en su habitación no estaba el notebook.
—Pavel,
cálmate un poco, no te entiendo. Explícame desde el principio —le aconsejó
Karla, luego de que su amigo la llamara, atropellándose con las palabras por la
desesperación.
—Conocí
a una chica ayer por la tarde. Vino a mi casa porque estaba por comenzar el
toque de queda. Terminamos en la cama. Amanecí con dolor de cabeza, creo que le
puso algo a mi trago anoche. Y se robó mi notebook.
—Pucha,
Pavel, qué irresponsable. ¿Cómo no te cuidas?, ¿sabes algo de esta mina, tienes
su teléfono?, ¿quién es?
—Se
llama Andrómeda, pero no me extrañaría que no fuera su nombre. El teléfono no
responde, tampoco hay señales en su WhatsApp. No sé, Karla, es muy raro.
Reconozco que me dejé llevar, de caliente. Fui muy ingenuo.
—Tienes
que hacer la denuncia en Carabineros. ¿Tenías archivos muy importantes?,
¿tienes respaldo?
—Mira,
material docente que puedo recuperar, entre otras cosas. Lo que sí me duele es
que en el notebook estaba el guion del largometraje sobre el estallido social,
que como sabes estaba casi listo, y no hice ningún respaldo. Voy a ducharme y
después a la comisaría.
Al
hacer la denuncia, Pavel sintió vergüenza al relatar los hechos. El sargento
que le tomó la declaración fue muy claro en explicarle que era difícil dar con
el paradero de esta persona sin contar con datos certeros acerca de su
identidad. El cineasta le indicó el nombre y apellido con el que se presentó la
mujer, advirtiendo de inmediato que no tenía seguridad de que fuera una
identidad real. Asimismo, le proporcionó el número de teléfono de Andrómeda y
el policía señaló que lo investigarían.
Por
la tarde, Karla visitó a su amigo. Lo apoyó en estas tristes circunstancias y
le hizo prometerle que, de ahora en adelante, se cuidaría. Pavel reconoció que
no era tan dolorosa la pérdida material— poco tiempo después se compraría un
nuevo notebook echando mano a uno de los retiros del 10 por ciento de los
ahorros previsionales —, sino más bien el sentirse engañado, haber sido tan
inocente y, sobre todo, la pérdida del guion del largometraje acerca del
estallido social, una iniciativa tan querida y por la que había trabajado con
tanto esmero en el tiempo reciente.
Meses
después, Carabineros le informó que el número proporcionado, el que Pavel
registró como contacto de Andrómeda, correspondía a uno de prepago, por lo que
se hacía imposible individualizar a la persona que alguna vez lo ocupó.
Para
entonces el cineasta ya había asumido que era muy poco probable que encontraran
a esa misteriosa mujer. El hecho le parecía ahora una escena propia del cine de
David Fincher u otra ficción de las películas policiales del género noir. De
todos modos, lamentaba haber perdido su guion sobre la revuelta social de 2019.
Hasta
que en octubre de 2022 las imágenes del filme de Reinaldo Marchant le
reventaron en la cara como una ola furiosa. La secuencia de recuerdos desfiló
por su mente al tiempo que caminaba desde el cine bajo el Palacio de La Moneda hasta
su hogar en el barrio Yungay.
No
era tan tarde cuando estuvo en casa y decidió llamar a Karla.
—Vengo
de la Avant Premier de “Rebelión en París”, la película de Reinaldo Marchant.
No vas a creer lo que sucedió.
—Pavel,
¿no me digas que hablaste con Marchant?, ¿o lograste conocer a un productor
importante?
—No,
nada de eso. Es todo muy raro, puede que pienses que estoy loco, pero tengo la
sensación de que parte del guion que escribí sobre el estallido social fue
plagiado en la cinta de Marchant.
—No
sé… igual suena muy loco, Pavel. Tendría que ver la película. ¿Qué te hace
pensar eso?
—Es
que hay muchas coincidencias. La estructura de la historia, el homenaje
implícito a “Tres tristes tigres”, el triángulo de protagonistas, hasta algunos
diálogos casi textuales a los de mi guion.
—Mira,
necesito ver la película primero. Tengo entendido que se estrena al público
general en pocos días más. Cuando la haya visto, si quieres nos juntamos y ahí
puedo comentarte qué tan reales son sus sospechas. Cuídate, Pavel.
Las
palabras de su amigo le parecieron a Karla un poco descabelladas. Tal vez está
pasando por un mal momento, pensó, quizás el episodio del robo de su computador
al hacerse el galán había calado mucho más hondo de lo que creía. De todos
modos, estuvo atenta al estreno de “Rebelión en París” al público general y,
una vez que esto fue anunciado en redes sociales y medios de comunicación, no
perdió oportunidad de hacerse un tiempo luego del trabajo para ir a una sala de
cine.
Quedó
confundida después de la función. Quizás Pavel no está siendo tan paranoico, pese
a lo inaudito de la situación, fue lo que reflexionó tras ver la película, de
la que todos estaban hablando por esos días. Coordinó visitar a su amigo el
sábado por la tarde para conversar el tema con calma.
—Siendo
sincera, cuando me llamaste después de la Avant Premier pensé que te estabas
pasando rollos, que te perseguiste. Pero ahora que vi la película, no sé, igual
es heavy, cuesta creerlo, pero hay mucho de sospechoso en todo esto.
—Qué
bueno que me entiendas ahora, Karla. ¿Qué te hizo pensar mejor lo que te dije
por teléfono?
—No
leí completo tu guion, pero sí muchas escenas, justamente aquí, en tu casa.
Además, me contaste detalladamente la historia. Entonces, claro, uno puede
pensar que el cine de Ruiz es muy universal, que a muchos le gusta, pero el
enfoque que se te ocurrió es precisamente el que ocupa Marchant. Y también noté
algunos diálogos que me sonaban familiares de los que escribiste. No deja de
impresionarme todo esto…
—¿Y
se te ocurre cómo pudo haber sucedido, en caso de que realmente hubiera un
plagio?
—Pavel,
no me manejo tan bien con los derechos de propiedad intelectual. Me suena más a
que esto fue, si asumimos que ocurrió, un robo de ideas. Pero no dejaría de ser
grave. Está más que claro que esa mina, Andrómeda, habría jugado un papel en
este entuerto.
—Seguro,
nunca me compré que el robo del notebook fuera por el valor material. Esa
chica, aparte de ser extraña y loca, no parecía estar buscando hacerse la
América. Pero, si efectivamente fue así, si me sedujo con el exclusivo
propósito de robar mi guion, ¿cómo supo de todo esto?, ¿cómo diablos fue a
parar el texto a Marchant?
—¿De
verdad no se te ocurre?
—Karla,
sí, lo he pensado, es que me cuesta creerlo. Étienne, ese francesito chanta.
Pero ¿cómo tanto? ¿Quién mierda es ese huevón?, ¿cómo tan turbio?
Su
amiga lo quedó mirando, tan perpleja como él. Ambos entendían que las piezas
del puzle encajaban a la perfección, pero continuaban resistiéndose a la idea
de que existiesen personas tan oscuras y, sobre todo, que ese francés los haya
engañado con tal nivel de frialdad y perversión.
“Rebelión
en París” se convirtió en todo un éxito cinematográfico. Elogiada por la
crítica internacional, que destacó la mirada lúcida de Marchant sobre los
procesos sociales en Europa y Chile, también fue reconocida en festivales de
cine de diferentes capitales de la cultura a nivel mundial. Y en la larga y
angosta faja de tierra también hubo flores a granel para este cineasta. Los
medios tradicionales de comunicación valoraron la creatividad de Marchant para
elaborar el discurso político, más allá de no comulgar con las ideas en
específico. Y ni hablar de la clase política gobernante, quienes canonizaron al
director de cine exiliado, argumentando que prácticamente vino a otorgar un
significado trascendental a la revuelta social de 2019, escondiendo debajo de
la alfombra las críticas al presidente Boric por su abandono a las víctimas de
la represión policial. En una visión general, la película de ficción logró
matizar la gran desazón de miles de chilenos que salieron a las calles en
octubre de 2019, o bien apoyaron a los manifestantes agradeciendo a la valiente
juventud.
Pavel
y Karla se sintieron espectadores ajenos a este punto de giro en la cultura del
país, brindado por el supuesto talento de Reinaldo Marchant. No quisieron
comentar entre sus amistades cinéfilas el eventual robo de ideas, consideraron
que sólo obtendrían burlas o desconfianza en caso de relatar estos hechos.
Estos
amigos decidieron seguir con sus vidas, siempre conservando su vínculo y
cariño. Pavel obtuvo más módulos pedagógicos en el instituto donde hacía clases
y Karla participó en una serie de producciones por encargo, en su mayoría
publicitarias, conservando su trabajo en la empresa en buen pie.
Transcurridos
tres años del estreno de “Rebelión en París”, Karla se percató de ciertos
hechos llamativos en la productora donde trabajaba. “Pavel, quiero hablar
contigo. ¿Te parece si voy a tu casa en un par de horas?”. Su amigo le
respondió que sí, que podría venir, pero quería enterarse qué era tan
importante, que le dijera por teléfono lo que, por su tono de voz, pintaba de
revelación. “Tranqui, ya conversaremos. Prefiero contarte en persona”.
—Me
sorprendió tu llamada, Karla. Siempre eres bienvenida en esta casa, pero no
entiendo la urgencia. Dale, cuéntame, me muero de curiosidad…
—A
fines del año pasado, una fotógrafa ha estado colaborando en la productora. No
trabaja de planta, sino en filmaciones puntuales, pero mantiene cierta
regularidad en la oficina de Providencia.
—¿La
conozco?, ¿cómo se llama?
—Melissa,
pero vamos con calma. Al principio no le presté mucha atención a esta chica. De
hecho, me caía un poco mal, tan engrupida y avasalladora. Pero unos días atrás
la Pame Ramírez llegó comentando a la oficina que había ido a un carrete en el
departamento de esta fotógrafa. Hasta ahí nada de qué preocuparse, pero en
medio de la conversación con otras compañeras de la productora— yo estaba
escribiendo en el compu y cada cierto rato paraba la oreja—, repitió varias
veces “el franchute”, “el franchute”, y otra vez, “el franchute”…
—Karla,
por favor anda al grano. ¿Supiste de Étienne?
—Sí,
Pavel. Está en Chile. Cuando escuché a la Pame pensé que era una anécdota que
hablara de un francés, pero sólo por estar intrigada me sumé a la conversación
con las chiquillas. Me contó que Melissa vive en Ñuñoa y que en esa fiesta
estaba llena de gente muy progre, bohemia, del tipo intelectual, y ese francés
se está quedando en el departamento de esta fotógrafa. Cuando me dijo que se
llamaba Étienne no lo podía creer.
—A
ver, pero ¿estás segura de que es él?, ¿no será alcance de nombres?
—Le
pregunté a la Pame si había tomado fotos de ese carrete. Me dijo que pocas, que
había disfrutado la fiesta, pero hubo algunas que publicó en su cuenta de
Instagram —comentó Karla mientras sacaba del bolsillo su teléfono celular.
Pavel
quedó estupefacto al ver la fotografía en la pantalla. Era el mismo Étienne que
los había engañado el que se veía en la imagen. Y no sólo eso, estaba abrazado
de Melissa, verdadero nombre de la pelirroja que le aseguró llamarse Andrómeda.
El
hombre quedó pensativo unos minutos. Guardaba mucha rabia, pero quería tomar
una decisión con la cabeza fría.
—¿Le
puedes preguntar a la Pame la dirección de esa mina?
—No
es necesario. Creo que Melissa envió su currículum a la productora. Puedo
encontrarlo y saber la dirección exacta.
Un
sábado por la tarde, Melissa cerró la puerta de su departamento y bajó las
escaleras. Iba a visitar a su hermano en La Florida, sería un encuentro breve y
puntual. La estación Estadio Nacional del Metro era la más cercana, a unos diez
minutos caminando. Sus pensamientos giraban en torno a temas familiares y de
trabajo, pero de golpe su atención se concentró en una cara que le sonaba
conocida, una mujer que vio en la explanada de su edificio.
—¡Melissa!
Qué gusto encontrarte…
—Hola.
Ah, ya sé. Tú trabajas en la productora de cine y televisión, ¿cierto?
—Así
es. Me alegra que te acuerdes de mí. Soy Karla, por si no lo sabías.
—Disculpa,
no conozco a todos allá. Es que sólo voy de vez en cuando. Al menos tú sabes mi
nombre…
—¿Cómo
no lo iba a saber? Melissa, la fotógrafa, la colorina intensa, la femme fatale.
¿O debo decir mejor Andrómeda?
—¡¿Qué
onda?!
—Vine
acompañada —, señaló Karla, y de inmediato, por detrás de unos locales unos
metros más atrás, apareció Pavel.
—¡Oigan!,
¿qué pretenden? ¿Es una encerrona?, no estoy para jueguitos…
Melissa
intentó seguir su camino, pero Pavel la detuvo sosteniéndola por los brazos.
—¡Suéltame,
huevón! Voy a gritar, imbécil. ¿Quieres que llame a los pacos?
—Cálmate,
no es contigo el problema. ¿Quieres que avise a los pacos de tu dirección?,
¿acaso no pensaste que hice la denuncia del robo de mi notebook, “Andrómeda”?
—Pavel,
dejémonos de escenitas. Esto no es una película de suspenso. Ya, reconozco que
fue una estupidez lo que hice, pero ¿era necesario que me buscaras?, ¿tanto te
importa un viejo notebook?
—Melissa,
ahora que sé que ese es tu verdadero nombre, no me interesa el computador.
Escucha con atención. Pásame las llaves de tu departamento y tu celular. Espera
aquí junto a Karla y no intentes hacer nada estúpido. Si lo haces, te juro que
voy a dar aviso a los pacos de tu dirección en la denuncia por robo.
—A
ver, qué pretenden. Parece que han visto muchas películas melodramáticas.
Pavel, por favor, no hagas tonteras.
—Tus
llaves y el celular, estoy hablando en serio —, le ordenó Pavel. Melissa optó
por entregarle esas pertenencias. No entendía bien a dónde iba a llegar todo
esto, pero creyó que era mejor que siguiera su curso, fuese cual fuese.
Étienne
estaba tendido sobre la cama, fumando mientras leía una novela latinoamericana.
De pronto sintió abrirse la puerta del departamento.
—¿Cherie?,
¿olvidaste algo? —, y fue al encuentro de su amante a la entrada.
Su
cara se desencajó al ver a Pavel, furioso. Sonrió con nerviosismo, tratando de
bajar el perfil a la situación. Pensó en huir, pero el hombre estaba en el
trayecto a la puerta y supo que era evidente que no podría esquivarlo. Tenía su
teléfono celular en la habitación e iba a correr hacia ella, pero quien fuera
su amigo chileno lo encaró antes de que lograra moverse.
—¿Esperabas
a Melissa, francesito? Melissa, Andrómeda, o como quiera que se llame, ¡hijo de
puta!
—Pavel,
vamos, ¿de qué estás hablando?
—¿Ni
siquiera reconoces lo que hiciste? —, empujó a Étienne, quien retrocedió
asustado —¿No eres capaz de dar la cara? ¡Cagón!
Pavel
golpeó certeramente a Étienne en la cara. El francés cayó al lado de la mesa de
centro de vidrio, sin quebrarla, pero botando algunos adornos que estaban
encima. El chileno ordenó lo que se había caído.
—¡Levántate!
—, le exigió al francés mientras lo tomaba por las solapas de la chaqueta de
tweed.
—Pavel,
no tenías que llegar a esto. Dejémoslo hasta acá, no seas melodramático.
—¿Te
parece poco? —, le asestó otro golpe en la cara. Étienne fue a dar contra un
librero y esta vez hizo caer unos libros —¿Para esto hiciste amigos en Chile?
De seguro piensas que a los indiecitos no les alcanza la cultura, colonialista
de mierda…
El
chileno acomodó los libros en su lugar. Volvió a tomar a Étienne de las solapas
y noto que sangraba de su labio inferior. El francés estaba asustado.
—Pavel,
no entendiste nada… compartimos en el estallido social, éramos amigos, de
verdad…
—¡No
me vengas con huevadas! ¿Sabes?, no me importa tanto que me hayas robado el
guion. No eres más que un farsante que ni siquiera tiene talento. Lo que me
emputece es que te hayas aprovechado de mí y de Karla…
—Tu
querido Raúl Ruiz, Pavel. Te tomaste muy en serio su cine, necesitas terapia…
El
chileno arremetió con todo en contra del francés. Un golpe certero en la cara,
otros dos en la boca del estómago. Étienne estaba retorciéndose de dolor en
suelo. Pavel lo remató con una patada en las costillas.
—Eso
fue lo que nunca entendiste, Étienne. No fuiste capaz de hacer a un lado tus
aires de superioridad europea. ¿Qué pensarían tus padres chilenos si te vieran
ahora? Ahora, después de una paliza por creerte una lumbrera del cine.
El
francés lo miraba desconcertado y Pavel dio media vuelta y abandonó el
departamento.
Cuando
llegó a la explanada del edificio, encontró a Melissa discutiendo con Karla. Al
notar su presencia, ambas quedaron en silencio. Pavel le hizo una seña a su
amiga para que le devolviera el teléfono y le estiró en su mano las llaves.
“Ya
tenemos las cuentas saldadas. Anda ahora a asistir a tu Jean-Luc Godard”. La
colorina vio a la pareja alejarse tranquilos y satisfechos, como el desenlace
visual de una película, pero sin música incidental.