Una historia de Instagram llamó rápidamente la atención
de Jane. Slam Valparaíso realizaría un taller la mañana de este sábado en la
casa central de la Universidad Católica del puerto. Parecía
la perfecta oportunidad para volver a crear.
El sábado temprano se duchó para luego tomar la micro
hasta el plan de Valparaíso. Era primera vez que iba a esa casa de estudios,
pese a su trabajo con académicos de allá.
Al lograr ubicar la sala universitaria donde se
realizaría el taller, cruzó el umbral y de inmediato la recibió una chica no
muy alta, de cabello ondulado y tenida hippie. Jane, por su parte, también
vestía un diminuto chaleco de lana, comprado en una de sus visitas a una feria
porteña.
—Hola, soy Constanza, la profesora del taller.
El contraste en altura se hizo evidente cuando Jane se
agachó para saludar de beso a su monitora, como si una mujer fuera considerada
con una niñita que otro adulto le presentaba.
En el grupo, todos jóvenes, había un tipo también alto, era colombiano y estaba de paso por la ciudad puerto. Apenas entró Jane a la sala él se fijó en ella.
Vino la ronda de presentaciones y ella explicó que su
nombre completo era Jane Mensik, nacida en Oklahoma, Estados Unidos. Tenía
estudios de literatura en el país norteamericano y desde hacía seis años estaba
residiendo en Chile, primero en Santiago y, hace cuatro meses atrás, en
Valparaíso. Hablaba el español sin un marcado acento gringo, pero comentó que
su trabajo acá era en traducciones de papers académicos y pasaba gran parte del
día conectada a Internet en su departamento. No conocía a mucha gente en la
ciudad.
Constanza, al momento de introducirse, contó que era de
Santiago, pero vivía en Valparaíso desde hacía tres años. Además de narrar sus
inicios en la poesía y el canto popular chileno, acogió a Jane al señalarle que
ella, al igual que otras compañeras de Slam Poesía, eran “aporteñadas.
Otro alumno de la clase le comentó a la chica
norteamericana que había mucha conexión entre la poesía chilena y la
estadounidense, pues grandes poetas nacionales, como Óscar Hahn y Carmen
Berenguer, habían realizado parte importante de su obra en el país del norte.
—Ah, no. Yo prefiero la literatura chilena.
—Claro, pero me refiero a que ambos mundos pueden
coexistir.
—I’m really tired of the
American poets. Muchos poetas que he conocido en Chile me preguntan por Allen
Grinsberg, or that fucking Ferlinghetti. I’m sick of all these people…
Hubo un silencio general. El compañero que le preguntaba
no quiso insistir por nada del mundo. Continuó la roda de presentaciones sin
tocar el tema de nuevo.
Durante la clase, en que Constanza expuso técnicas para
declamar e interpretar histriónicamente los textos poéticos, Jane hizo pareja
en una dinámica con el chico colombiano. Ella se sintió un tanto invadida
cuando el joven mostró un interés romántico, pero prefirió no ser tan tajante
esta vez.
—¿Todas las chicas americanas son tan bonitas como tú?
—Gracias por lo de bonita, pero te diría que hay chilenas
que encajan mejor en tu perfil.
—¿Te molesta que sea sudamericano?
—No, es que vine a aprender a declamar mi poesía. Let’s
leave the labels for another workshop, okay?
El colombiano no se ofendió con el rayado de cancha de
esta chica, optó por concentrarse en la dinámica. Y el resultado de ambos,
frente a sus compañeros, fue exitoso.
La actividad en la sede universitaria cerró con agrado
por parte de todos y Constanza les anunció que, después del almuerzo, había una
presentación voluntaria de sus poemas en una lectura slam en el Mercado Puerto.
Jane no sabía dónde quedaba ese lugar y, una vez que la
profesora culminó la clase, se acercó a pedirle indicaciones para llegar. La
Coni, como dijo que podía llamarle, le indicó que no se preocupara, que podían
ir a almorzar juntas a un local cercano, si ella quería, para luego dirigirse
acompañadas hasta el lugar de la lectura.
Caminaron por la avenida Argentina hasta un boliche donde
comieron merluza con puré. Jane aceptó ese plato por cortesía, aunque no solía
escoger comida típica chilena. Su rutina en el elegante departamento de Cerro
Placeres se reducía a comprar en un amplio y cercano supermercado Líder, donde
encontraba productos importados, como cereales americanos o similares a los que
estaba acostumbrada desde niña. Si bien en Santiago la habían invitado a
restaurantes de comida nacional, conocía las empanadas de pino, el pastel de
choclo y otras muestras de gastronomía criolla, estos platos no estaban en su
menú acostumbrado.
Coni le preguntó si le gustaba Valparaíso, o mejor dicho
Chile en general. Jane de inmediato se percató que la poeta quería identificar
qué clase de “gringa” era, lo que la incomodó un poco. Le respondió que lo
encontraba un país seguro y confiable, pero no podía hablar con profundidad del
tema porque muchas de sus interacciones desde que había llegado eran de forma
virtual y no se había dado el tiempo de conocer el alma chilena.
—Mucho de lo que se conoce en Chile de los gringos y de Europa es por libros y películas. Amigos que han viajado a Estados Unidos me han aclarado que no todos los norteamericanos son como Adam Sandler y Jennifer Aniston en “Friends”, que hay mucha diversidad y es una nación muy grande. Como siete países en uno—describió ella, y Jane asintió con una sonrisa.
Terminado el almuerzo tomaron una micro hasta Plaza
Sotomayor. Caminaban en dirección al barrio puerto cuando divisaron un café
Starbucks en una esquina. Jane sonrió y dijo que esa franquicia iba a
conquistar el mundo.
—Claro, no es por ser pesada, pero se nota el
imperialismo yanki.
—¿Lo dices por Irak?
—¡No!, por Chile —replicó Constanza molesta.
—¿Y qué tiene que ver este país con Estados Unidos en
eso?
—¡El golpe de Estado de 1973! ¿Acaso no sabes que fue
Nixon y Kissinger quienes, junto a la derecha política chilena, orquestaron la
caída del presidente Allende? —insistió con rabia.
—I didn’t know that…—, se
excusó Jane.
Constanza asumió la explicación con indulgencia. Pensaba
que los norteamericanos sabían de su historia reciente. En fin, le agradaba
Jane y no había querido ser combativa con ella.
El sol de invierno templaba un poco la calle Serrano por
donde enfilaron hacia el Mercado Puerto. A pasos del edificio histórico,
atravesaron la Plaza Echaurren. A Jane le cambió el semblante al ver ancianos
mendigando, puestos de sopaipillas y papas fritas en la calle, perros
vagabundos famélicos, jóvenes punk pidiendo monedas, hombres vestidos con
trajes antiguos a maltraer, gritando desafiantes.
Constanza notó la cara agria de la estadounidense y le
preguntó si se sentía bien, si antes había pasado por acá. Ella le respondió
que no se preocupara, pero no, no había caminado antes por esta plaza.
En el Mercado Puerto se reunieron con los otros alumnos
del taller. El chico colombiano volvió a intentar conversar más profundamente
con Jane, pero ella lo rechazó con evasivas. En la lectura, la joven americana
se lució al interpretar su poema, con párrafos en castellano y otros en inglés
que, si bien la mayoría no entendió estos últimos, algunos
ojos se humedecieron, unas sonrisas tímidas asomaban en los presentes e,
incluso, unas cuantas personas quisieron abrazar a Jane, pero ninguno se
atrevió.
Hubo una ronda de despedidas e intercambio de contactos
entre los alumnos una vez finalizada la actividad. Constanza se acercó luego a
Jane y le preguntó si tenía planes para el resto del día. Ella reconoció que no
tenía nada en mente y que le gustaría seguir conversando con esta poeta
chilena.
Entonces Coni le propuso que fueran a su departamento.
Comenzaba a oscurecer y podrían comprar un vino y algo para picar, que ella
vivía sola y podía estar hasta cuanto tiempo quisiese. De hacerse tarde, Jane
podría pedir un Uber de regreso a casa.
Jane aceptó con mucho gusto y le agradeció la invitación.
Pasaron a una botillería de Plaza Echaurren y luego, guiada por Constanza,
caminaron hasta el ascensor Cordillera. Coni le explicó que este funicular era
un monumento histórico que existía desde fines del siglo XIX, que incluso era
un atractivo turístico porteño.
Al llegar al ascensor, un grupo de gringos estaba a la
entrada, con un guía turístico chileno explicándoles en inglés la historia del
monumento. Uno de ellos se percató de Jane y por su aspecto se acercó a las
chicas.
—Hey, girls. Where are you
from? —les preguntó el
gringo.
—Respóndele, Jane —la instó Constanza, pero ella señaló
en un perfecto castellano que no lo conocía ni que le interesaba nada de este
tipo.
Constanza quedó asombrada. Mientras ascendían
contemplando el atardecer de Valparaíso, le preguntó si le gustaban las
mujeres, si acaso tenía pareja acá.
—No se trata de eso, Coni. Me gustan los chicos. No tengo
novio ahora, es cierto, pero es un asunto distinto. Ya te explicaré.
Su nueva amiga se disculpó por la pregunta indiscreta. Le
explicó que había visto al chico colombiano del taller coquetear con ella y,
hace poco, a este joven americano acercarse. No era una cuestión de prejuicio,
sólo quería conocerla mejor.
Guardaron algunos minutos de silencio luego de bajar del
ascensor, mientras caminaban al departamento de Constanza. Al llegar, ella
encendió luces, ubicó un incienso en medio del living y sacó un par de copas de
la despensa.
Mientras descorchaba el carmenere, Coni le confidenció a
Jane que había tenido experiencias con hombres y mujeres. La joven americana entendió
de inmediato que había llegado el momento de sincerar su verdad, lo cual la
hizo sentir un tanto nerviosa.
—Jane, te encuentro una mujer atractiva. Reconozco que me
llamaste la atención cuando llegaste en la mañana al taller. Pero entiendo que,
si no buscas una relación ahora, es tu decisión y la respeto. Podemos ser
amigas.
—Me caes bien, Coni. Me gustaría que lleguemos a ser
amigas. Sólo que me pareció muy directa tu pregunta.
—A veces me falta sutileza. Lo que sucede es que hay
varias piezas de tu puzle que no me encajan. Entiendo que estás radicada en
Valparaíso desde hace unos meses, pero recién vienes conociendo la Plaza
Echaurren. No te agrada la cultura americana, lo puedo entender, pero no
pareces haber dado paso a la vida social chilena hasta ahora. ¿Por qué
decidiste dejar atrás Estados Unidos y venirte a Chile?
Jane bebió varios sorbos de vino y lo degustó por unos
instantes, mientras reflexionaba sobre las palabras que diría.
—Es verdad, dejé mucho atrás en mi país y hay un motivo
importante. No es fácil para mí contarte esto. Mi familia es de Oklahoma, muy
tradicional. También tuve una infancia compleja. My uncle Frank…
—¿Qué sucedió con tu tío, Jane?
—Él es un hombre muy vividor, hermano menor de mi padre.
Durante años ha estado viajando dentro y fuera de Estados Unidos, con empleos y
oficios temporales. De niña le tenía cariño, siempre que llegaba de visita a
Oklahoma traía regalos exóticos e historias entretenidas. Cuando tenía 12 años
tuvo problemas económicos y mis padres lo acogieron en nuestro hogar. But then…
—Entonces, Jane, ¿qué sucedió? ¿Te hizo algo?
—Frank solía llegar tarde muy borracho y, a veces, discutía
mucho con mis padres. Comenzó a entrar de noche a mi habitación—, contó la
joven y bajó la mirada.
—¿No le contaste a tus padres?
—No me creyeron o simplemente no quisieron asumir lo que
sucedió. A los 18 años terminé la secundaria y me mudé de estado para asistir a
la universidad. Por esos años él vivió en México, no sé, o tal vez en otro
lugar. Tuve novios en mi adolescencia y durante mis estudios, but it has always
been a difficult issue for me...
—¿No quisiste acudir a psicoterapia?
—Fui a varias y por un tiempo me ayudaron mucho. El
problema fue que después de graduarme volví a Oklahoma, esta vez en mi propio
apartamento. Pero Frank regresó y mi familia... Finalmente decidí dar la
espalda a todo y me vine a Chile. Conocí a algunos chilenos en la universidad
que me hablaron muy bien de este país. Y aquí estoy, Coni…
Constanza guardó unos minutos de silencio y enarboló un
breve discurso torpe, del cual se arrepintió al poco de haberlo pronunciado. No
encontraba las palabras adecuadas, no sabía qué decirle para que se sintiese
mejor. En el fondo, quería decirle tanto, pero no sabía cómo hacerlo.
Se quedaron calladas mirando las luces del puerto, por el
ventanal del living, en una compañía silenciosa.