lunes, 4 de noviembre de 2024

Aporteñadas

 


Una historia de Instagram llamó rápidamente la atención de Jane. Slam Valparaíso realizaría un taller la mañana de este sábado en la casa central de la Universidad Católica del puerto. Parecía la perfecta oportunidad para volver a crear.

 

El sábado temprano se duchó para luego tomar la micro hasta el plan de Valparaíso. Era primera vez que iba a esa casa de estudios, pese a su trabajo con académicos de allá.

 

Al lograr ubicar la sala universitaria donde se realizaría el taller, cruzó el umbral y de inmediato la recibió una chica no muy alta, de cabello ondulado y tenida hippie. Jane, por su parte, también vestía un diminuto chaleco de lana, comprado en una de sus visitas a una feria porteña.

 

—Hola, soy Constanza, la profesora del taller.

 

El contraste en altura se hizo evidente cuando Jane se agachó para saludar de beso a su monitora, como si una mujer fuera considerada con una niñita que otro adulto le presentaba.

 

En el grupo, todos jóvenes, había un tipo también alto, era colombiano y estaba de paso por la ciudad puerto. Apenas entró Jane a la sala él se fijó en ella.

 

Vino la ronda de presentaciones y ella explicó que su nombre completo era Jane Mensik, nacida en Oklahoma, Estados Unidos. Tenía estudios de literatura en el país norteamericano y desde hacía seis años estaba residiendo en Chile, primero en Santiago y, hace cuatro meses atrás, en Valparaíso. Hablaba el español sin un marcado acento gringo, pero comentó que su trabajo acá era en traducciones de papers académicos y pasaba gran parte del día conectada a Internet en su departamento. No conocía a mucha gente en la ciudad.

 

Constanza, al momento de introducirse, contó que era de Santiago, pero vivía en Valparaíso desde hacía tres años. Además de narrar sus inicios en la poesía y el canto popular chileno, acogió a Jane al señalarle que ella, al igual que otras compañeras de Slam Poesía, eran “aporteñadas.

 

Otro alumno de la clase le comentó a la chica norteamericana que había mucha conexión entre la poesía chilena y la estadounidense, pues grandes poetas nacionales, como Óscar Hahn y Carmen Berenguer, habían realizado parte importante de su obra en el país del norte.

 

Ah, no. Yo prefiero la literatura chilena.

Claro, pero me refiero a que ambos mundos pueden coexistir.

—I’m really tired of the American poets. Muchos poetas que he conocido en Chile me preguntan por Allen Grinsberg, or that fucking Ferlinghetti. I’m sick of all these people…

 

Hubo un silencio general. El compañero que le preguntaba no quiso insistir por nada del mundo. Continuó la roda de presentaciones sin tocar el tema de nuevo.

 

Durante la clase, en que Constanza expuso técnicas para declamar e interpretar histriónicamente los textos poéticos, Jane hizo pareja en una dinámica con el chico colombiano. Ella se sintió un tanto invadida cuando el joven mostró un interés romántico, pero prefirió no ser tan tajante esta vez.

 

—¿Todas las chicas americanas son tan bonitas como tú?

—Gracias por lo de bonita, pero te diría que hay chilenas que encajan mejor en tu perfil.

—¿Te molesta que sea sudamericano?

—No, es que vine a aprender a declamar mi poesía. Let’s leave the labels for another workshop, okay?

 

El colombiano no se ofendió con el rayado de cancha de esta chica, optó por concentrarse en la dinámica. Y el resultado de ambos, frente a sus compañeros, fue exitoso.

La actividad en la sede universitaria cerró con agrado por parte de todos y Constanza les anunció que, después del almuerzo, había una presentación voluntaria de sus poemas en una lectura slam en el Mercado Puerto.

 

Jane no sabía dónde quedaba ese lugar y, una vez que la profesora culminó la clase, se acercó a pedirle indicaciones para llegar. La Coni, como dijo que podía llamarle, le indicó que no se preocupara, que podían ir a almorzar juntas a un local cercano, si ella quería, para luego dirigirse acompañadas hasta el lugar de la lectura.

 

Caminaron por la avenida Argentina hasta un boliche donde comieron merluza con puré. Jane aceptó ese plato por cortesía, aunque no solía escoger comida típica chilena. Su rutina en el elegante departamento de Cerro Placeres se reducía a comprar en un amplio y cercano supermercado Líder, donde encontraba productos importados, como cereales americanos o similares a los que estaba acostumbrada desde niña. Si bien en Santiago la habían invitado a restaurantes de comida nacional, conocía las empanadas de pino, el pastel de choclo y otras muestras de gastronomía criolla, estos platos no estaban en su menú acostumbrado.

 

Coni le preguntó si le gustaba Valparaíso, o mejor dicho Chile en general. Jane de inmediato se percató que la poeta quería identificar qué clase de “gringa” era, lo que la incomodó un poco. Le respondió que lo encontraba un país seguro y confiable, pero no podía hablar con profundidad del tema porque muchas de sus interacciones desde que había llegado eran de forma virtual y no se había dado el tiempo de conocer el alma chilena.

 

Constanza le comentó que le encantaría conocer Estados Unidos algún día. Aún no se le había presentado la oportunidad.

 

Mucho de lo que se conoce en Chile de los gringos y de Europa es por libros y películas. Amigos que han viajado a Estados Unidos me han aclarado que no todos los norteamericanos son como Adam Sandler y Jennifer Aniston en “Friends”, que hay mucha diversidad y es una nación muy grande. Como siete países en unodescribió ella, y Jane asintió con una sonrisa.

 

Terminado el almuerzo tomaron una micro hasta Plaza Sotomayor. Caminaban en dirección al barrio puerto cuando divisaron un café Starbucks en una esquina. Jane sonrió y dijo que esa franquicia iba a conquistar el mundo.

 

—Claro, no es por ser pesada, pero se nota el imperialismo yanki.

—¿Lo dices por Irak?

—¡No!, por Chile —replicó Constanza molesta.

—¿Y qué tiene que ver este país con Estados Unidos en eso?

¡El golpe de Estado de 1973! ¿Acaso no sabes que fue Nixon y Kissinger quienes, junto a la derecha política chilena, orquestaron la caída del presidente Allende? —insistió con rabia.

—I didn’t know that…—, se excusó Jane.

 

Constanza asumió la explicación con indulgencia. Pensaba que los norteamericanos sabían de su historia reciente. En fin, le agradaba Jane y no había querido ser combativa con ella.

 

El sol de invierno templaba un poco la calle Serrano por donde enfilaron hacia el Mercado Puerto. A pasos del edificio histórico, atravesaron la Plaza Echaurren. A Jane le cambió el semblante al ver ancianos mendigando, puestos de sopaipillas y papas fritas en la calle, perros vagabundos famélicos, jóvenes punk pidiendo monedas, hombres vestidos con trajes antiguos a maltraer, gritando desafiantes.

 

Constanza notó la cara agria de la estadounidense y le preguntó si se sentía bien, si antes había pasado por acá. Ella le respondió que no se preocupara, pero no, no había caminado antes por esta plaza.

 

En el Mercado Puerto se reunieron con los otros alumnos del taller. El chico colombiano volvió a intentar conversar más profundamente con Jane, pero ella lo rechazó con evasivas. En la lectura, la joven americana se lució al interpretar su poema, con párrafos en castellano y otros en inglés que, si bien la mayoría no entendió estos últimos, algunos ojos se humedecieron, unas sonrisas tímidas asomaban en los presentes e, incluso, unas cuantas personas quisieron abrazar a Jane, pero ninguno se atrevió.

Hubo una ronda de despedidas e intercambio de contactos entre los alumnos una vez finalizada la actividad. Constanza se acercó luego a Jane y le preguntó si tenía planes para el resto del día. Ella reconoció que no tenía nada en mente y que le gustaría seguir conversando con esta poeta chilena.

 

Entonces Coni le propuso que fueran a su departamento. Comenzaba a oscurecer y podrían comprar un vino y algo para picar, que ella vivía sola y podía estar hasta cuanto tiempo quisiese. De hacerse tarde, Jane podría pedir un Uber de regreso a casa.

 

Jane aceptó con mucho gusto y le agradeció la invitación. Pasaron a una botillería de Plaza Echaurren y luego, guiada por Constanza, caminaron hasta el ascensor Cordillera. Coni le explicó que este funicular era un monumento histórico que existía desde fines del siglo XIX, que incluso era un atractivo turístico porteño.

 

Al llegar al ascensor, un grupo de gringos estaba a la entrada, con un guía turístico chileno explicándoles en inglés la historia del monumento. Uno de ellos se percató de Jane y por su aspecto se acercó a las chicas.

 

—Hey, girls. Where are you from?  —les preguntó el gringo.

—Respóndele, Jane —la instó Constanza, pero ella señaló en un perfecto castellano que no lo conocía ni que le interesaba nada de este tipo.

 

Constanza quedó asombrada. Mientras ascendían contemplando el atardecer de Valparaíso, le preguntó si le gustaban las mujeres, si acaso tenía pareja acá.

 

—No se trata de eso, Coni. Me gustan los chicos. No tengo novio ahora, es cierto, pero es un asunto distinto. Ya te explicaré.

 

Su nueva amiga se disculpó por la pregunta indiscreta. Le explicó que había visto al chico colombiano del taller coquetear con ella y, hace poco, a este joven americano acercarse. No era una cuestión de prejuicio, sólo quería conocerla mejor.

 

Guardaron algunos minutos de silencio luego de bajar del ascensor, mientras caminaban al departamento de Constanza. Al llegar, ella encendió luces, ubicó un incienso en medio del living y sacó un par de copas de la despensa.

 

Mientras descorchaba el carmenere, Coni le confidenció a Jane que había tenido experiencias con hombres y mujeres. La joven americana entendió de inmediato que había llegado el momento de sincerar su verdad, lo cual la hizo sentir un tanto nerviosa.

 

—Jane, te encuentro una mujer atractiva. Reconozco que me llamaste la atención cuando llegaste en la mañana al taller. Pero entiendo que, si no buscas una relación ahora, es tu decisión y la respeto. Podemos ser amigas.

—Me caes bien, Coni. Me gustaría que lleguemos a ser amigas. Sólo que me pareció muy directa tu pregunta.

—A veces me falta sutileza. Lo que sucede es que hay varias piezas de tu puzle que no me encajan. Entiendo que estás radicada en Valparaíso desde hace unos meses, pero recién vienes conociendo la Plaza Echaurren. No te agrada la cultura americana, lo puedo entender, pero no pareces haber dado paso a la vida social chilena hasta ahora. ¿Por qué decidiste dejar atrás Estados Unidos y venirte a Chile?

 

Jane bebió varios sorbos de vino y lo degustó por unos instantes, mientras reflexionaba sobre las palabras que diría.

 

—Es verdad, dejé mucho atrás en mi país y hay un motivo importante. No es fácil para mí contarte esto. Mi familia es de Oklahoma, muy tradicional. También tuve una infancia compleja. My uncle Frank…

—¿Qué sucedió con tu tío, Jane?

—Él es un hombre muy vividor, hermano menor de mi padre. Durante años ha estado viajando dentro y fuera de Estados Unidos, con empleos y oficios temporales. De niña le tenía cariño, siempre que llegaba de visita a Oklahoma traía regalos exóticos e historias entretenidas. Cuando tenía 12 años tuvo problemas económicos y mis padres lo acogieron en nuestro hogar. But then…

—Entonces, Jane, ¿qué sucedió? ¿Te hizo algo?

—Frank solía llegar tarde muy borracho y, a veces, discutía mucho con mis padres. Comenzó a entrar de noche a mi habitación—, contó la joven y bajó la mirada.     

—¿No le contaste a tus padres?

—No me creyeron o simplemente no quisieron asumir lo que sucedió. A los 18 años terminé la secundaria y me mudé de estado para asistir a la universidad. Por esos años él vivió en México, no sé, o tal vez en otro lugar. Tuve novios en mi adolescencia y durante mis estudios, but it has always been a difficult issue for me...

—¿No quisiste acudir a psicoterapia?

—Fui a varias y por un tiempo me ayudaron mucho. El problema fue que después de graduarme volví a Oklahoma, esta vez en mi propio apartamento. Pero Frank regresó y mi familia... Finalmente decidí dar la espalda a todo y me vine a Chile. Conocí a algunos chilenos en la universidad que me hablaron muy bien de este país. Y aquí estoy, Coni…

 

Constanza guardó unos minutos de silencio y enarboló un breve discurso torpe, del cual se arrepintió al poco de haberlo pronunciado. No encontraba las palabras adecuadas, no sabía qué decirle para que se sintiese mejor. En el fondo, quería decirle tanto, pero no sabía cómo hacerlo.

 

Se quedaron calladas mirando las luces del puerto, por el ventanal del living, en una compañía silenciosa.