miércoles, 19 de noviembre de 2025

Microcuentos de peso

 


De la Sota

Mi primer trabajo fue a los 15 años. Con el rucio Sartori nos empleamos de empaquetadores en un supermercado de Providencia. “Dame una sota”, me dijo un compañero. Éramos unos adolescentes cuiquitos y no sabíamos que sota era la moneda de 10 pesos. Con lo recaudado viajamos mochileando al sur y di mis primeros besitos de amor a una niña en una playa de Ancud. Muchos años después, Sartori me recibió en su casa cuando atravesaba un difícil momento. “¿Sabías que el apellido De la Sota existe?”.


La firma de papá

Mi padre era abogado, conocía los riesgos de una firma adulterada. Una secretaria de la municipalidad, donde trabajó toda su vida, se la falsificaba idéntica. “Podría burlar un perito caligráfico”. Siendo veinteañero tropezaba en el trato con papá. Mucha desconfianza y palabras que nunca se dijeron. Estaba peleado con toda mi familia y sentía deudas históricas en la paternidad. Le pedí una suma importante para comprarme un escritorio. Me hizo un cheque. En la ventanilla del banco la cajera me preguntó, al ver el monto: “¿Conoces a Alejandro Montero?”. “Sí, es mi padre”, pero la pregunta me ronda hasta hoy.


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