Pavel no podía creer las
imágenes que desfilaban ante sus ojos. No sólo la historia le era muy familiar,
sino también la estética, los ángulos y movimientos de cámara, las referencias
cinematográficas y aquellos guiños a la cultura chilena. Intentaba armar las
piezas del puzle en su mente, su memoria y hechos relacionados. ¿Qué sucedió
aquí?, ¿cómo fue esto posible?, se preguntaba aún con la sensación incierta de
no saber si el eventual plagio era una realidad o sólo una fantasía proyectiva.
Se encontraba en la
función Avant Premier de la más reciente cinta de Reinaldo Marchant, aquel
mítico cineasta chileno, radicado desde el golpe de Estado en París, en la cual
incursionaba por primera vez en el género de ficción. La historia de “Rebelión en
París” transitaba entre el presente en la capital francesa y los pormenores de
la Revolución de Mayo del 68, pero se percibía una clara alusión al estallido
social chileno.
El estupor que despertó en
Pavel, cineasta que sobrevivía dando clases en institutos particulares, durante
la primera exhibición en Chile del largometraje de Marchant fue a partir del
subtexto cinematográfico del filme: un homenaje muy detallado, imagen a imagen,
de la película “Tres Tristes Tigres”, del ya fallecido Raúl Ruiz. La cinta
jugaba con nuevos significados a una historia parecida— mantenía el triángulo
protagónico de dos hombres y una mujer—, sobre la base de aquella obra del
director de culto realizada en Chile a fines de la década del 60, aquella que
sorprendió a los entendidos por su discurso político combativo, pero camuflado
intelectualmente en una trama aparentemente sencilla. Por cierto, el entonces
joven Ruiz hizo gala de una dirección de vanguardia para el cine chileno de la
época.
Esta Avant Premier— a la
cual pudo asistir consiguiendo una codiciada invitación por medio de viejos
compañeros de carrera—, se realizaba el sábado siguiente al 18 de octubre de
2022, pues se evitó la fecha de conmemoración exacta por los incidentes que se
esperaban para la jornada. El simbolismo estaba cifrado en reflexionar acerca
del período transcurrido desde el inicio del movimiento ciudadano de protesta. En
la función estaba presente el mismísimo Marchant, autoridades del Ministerio de
Cultura, reconocidos cineastas nacionales, actores progresistas e incluso
rostros de la prensa que mostraron inclinación por el estallido social.
Marchant, tal como Pavel
había leído en la prensa, había sido explícito en prohibir cualquier estreno
previo de su película en salas de cualquier ciudad del mundo o en plataformas
de streaming. Evidentemente, se trataba de un filme político y social
que emparentaba mucho su ideología con la actitud adoptada por el gobierno del
presidente Boric, luego del bochornoso fracaso del Apruebo en el plebiscito de
salida de la propuesta constitucional.
Una vez concluida la
función, Pavel estaba confundido. El selecto público de la sala de cine en el
subterráneo de La Moneda aplaudió a rabiar el estreno, redoblando su clamor
cuando Marchant subió al escenario para recibir el abrazo efusivo de la ministra
de Cultura.
La chaqueta de tweed de la
leyenda cinematográfica no salió impoluta tras tantos palmoteos en su espalda
mientras sostenía su copa de vino espumante— obviamente de origen galo— durante
el cóctel. Pavel no había comido mucho en esos días y, pese a que las brochetas
de marisco— infaltables en una gala chilena de prestigio— se le hacían agua en la
boca, mayor era la amargura en su paladar ante la sospecha creciente de que
había sido plagiado de forma descarada. Y que este robo intelectual proviniera
de un insigne representante cultural, lo hacía aún peor.
Lo observó sombrío desde
lejos, entre tanta palabrería zalamera, e hizo un gesto de rechazo a la bella
chica que le ofrecía canapés. Buscó la salida menos concurrida con intención de
retirarse indignado, consciente del suculento lobby que desperdiciaba, todo por
lo que, tal vez, era otra de sus paranoias.
La noche de Santiago
estaba fresca y a la vez contaminada, no lo suficiente como para que Pavel
decidiera encender un Marlboro. Necesitaba reflexionar con claridad. No quiso
tomar el Metro, prefirió caminar de regreso a casa.
“Las causas de la revuelta
de mayo del 68 en París no fueron sólo filosóficas, intelectuales, Pavel.
También hubo factores sociales y políticos de ese momento que hicieron estallar
a la juventud y, luego, a los sindicatos obreros”, le había revelado Étienne
durante los días en que protestaron en la, por entonces, Plaza Dignidad. No
podía olvidar el eco de su voz contándole esto a cada paso que daba.
Había conocido a Étienne
durante la filmación de un documental en años previos al estallido social. Fue
una producción franco-chilena que buscaba rescatar la herencia de la cultura
gala en Chile. Pavel logró conseguir empleo en el equipo de guionistas y durante
el rodaje conoció a este cineasta francés, hijo de exiliados chilenos en
Francia, que vivió unos años en el país de sus padres, motivado por conocer sus
raíces.
Una vez concluida la
producción cinematográfica, Pavel y Étienne continuaron viéndose. Habían hecho
buenas migas en ese trabajo y el chileno quiso introducir a su nuevo amigo en
la vida bohemia santiaguina. A los pocos meses de que juntarse los fines de semana
se volviera costumbre, se unió al grupo Karla, una amiga de muchos años de
Pavel. Ella también era cineasta, había sido compañera de Pavel durante el
pregrado de la carrera. Es más, por esos años pololearon y, si bien una vez
egresados prefirieron no continuar con la relación, se seguían viendo
ocasionalmente para un café.
Los tres ya mayores y
solteros, más allá de relaciones esporádicas de alguno, formaron un trío muy
singular en las noches santiaguinas. Bromeaban aludiendo a filmes franceses
como “Jules et Jim” o “The dreamers”. Cafés y bares del barrio Lastarria, Plaza
Ñuñoa o el barrio Yungay eran los escenarios de amenas e interesantes
conversaciones sobre cine, política y también sus sueños, amores, nostalgias y
tristezas.
Desde que conoció a
Étienne, Pavel de inmediato le comentó acerca de Raúl Ruiz. Era un referente,
un ídolo y la nacionalidad francesa de su nuevo amigo incentivó las palabras
sobre este cineasta que hizo gran parte de su obra en París, pero nunca dejó de
ser chileno. “Guardando las proporciones, siento que Ruiz es como el artista
anfibio del que hablaba Cortázar, que no sabía si era un argentino afrancesado
o un galo con sus orígenes en Buenos Aires”, le planteaba.
Si bien el francés conocía
muy bien la cultura latinoamericana, gracias a sus padres, no mostraba mayor
interés por la chilenidad de Ruiz. Lo consideraba un compatriota más, un
director de talento que no habría logrado la calidad en sus películas de no haberse
radicado en Francia. A Étienne le gustaba Chile, pero sólo como un destino de
paso. Ese pensamiento gris y mediocre, subdesarrollado, en algunos aspectos
ignorante, que atribuía a los chilenos, le provocaba una mezcla de rechazo y
cariño. El afecto era más bien como la ternura que le podía inspirar un niño
marginal inocente.
Karla nunca vio con buenos
ojos esos aires de superioridad europea de Étienne. Aunque era hábil en
disimularlos, esta chica notaba en detalles su carácter colonialista.
Encontraba al francés un hombre amable y de conversación interesante, muy
inteligente, pero había momentos en que se percataba de esa frialdad arrogante
y prefería no responder cuando él citaba palabras de André Bazin o Althusser.
Fue en esas noches
bohemias que Pavel llegó incluso a obsesionarse con destacar el primer
largometraje de Ruiz. “Me encanta el significado político que agrega, en la
película, a la obra de teatro de Alejandro Sieveking. La historia del
dramaturgo es más bien costumbrista, muy buena, en todo caso. Pero Ruiz suma a
un personaje— que en el filme es interpretado por Lucho Alarcón—, trastocando
los roles que originalmente planteó el autor en el teatro. En la película Rudi
se convierte en antagonista de Tito y en el final, diferente al texto de
Sieveking, este último se alza contra el opresor. Es, de una forma inteligente,
la lucha de clases”, sostuvo el chileno.
Étienne había visto “Tres
tristes tigres”, incluso había leído la obra de teatro. Entendía que se trataba
de una historia en que dos hermanos, Tito y Amanda, pobres y grises
santiaguinos de los 60, se involucran con Rudi, el pudiente jefe, quien termina
tratando con mucha prepotencia a Tito, lo cual motiva que este se rebele y le
propine una paliza, representando la insurrección proletaria, bandera de lucha
de la izquierda, que por esos años iba al alza no sólo en Chile, sino en el
mundo.
—Hay algo en esa película
que no entendí del todo o tal vez no logro interpretar bien— planteó el francés
en una de esas juntas nocturnas —. ¿Por qué en el desenlace, cuando Tito golpea
a quien fue su jefe, en su departamento, se toma la molestia de ordenar algunos
adornos que caen en medio de los puñetazos?
—No me extraña que no lo
entiendas —, comentó Karla junto a una leve sonrisa.
—¿A qué te refieres? —,
preguntó Étienne.
—Karla lo dice porque no
es propio de los chilenos en una pelea, ni menos en personas humildes —,
intercedió Pavel por su amiga —. Fue un aporte de Ruiz al texto original de la
obra de Sieveking. Se interpreta que el cineasta le pidió al actor que interpretó
a Tito, Nelson Villagra, que tuviera esa delicadeza para reforzar que era una
paliza razonada, intelectual hasta cierto punto, y no un desborde emocional.
—Entiendo, es en un orden
simbólico —concluyó el francés —. Muy buen actor Villagra, ¿qué fue de él?
—Se exilió en Canadá, no
soportó vivir en Chile luego del golpe de Estado y la dictadura —, le aclaró
Karla.
Pese a que Étienne
valoraba el primer largometraje de Ruiz, le hacía saber a Pavel que no era el
cine que más le gustaba de ese director. Creía que este cineasta había logrado
ápices mucho mayores con el desarrollo de su simbolismo en los filmes creados en
Francia, que esa película de sus inicios mostraba unos tímidos y torpes
talentos expresivos, en comparación con la obra posterior en el exilio,
reconocida incluso por la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma.
Pavel no siempre compartía
la erudición de Étienne. Encontraba un aire fresco en sus opiniones, con una
mirada que ampliaba los horizontes mentales respecto de algunos temas, lejos
del pensamiento insular que veía en ciertos chilenos mayores que él, pero sabía
que su óptica distaba mucho, por ejemplo, del chileno de a pie. Coincidía en
esto con Karla y, de hecho, a espaldas de Étienne lo conversaban algunas veces,
sin que por ello les cayera derechamente mal.
El chileno impartía clases
de guion en institutos profesionales y, cuando tenía suerte, en universidades,
sin haber logrado alcanzar el estatus de docente de planta. Su casa en el
barrio Yungay estaba sobriamente decorada: afiches de filmes clásicos— “Terciopelo
Azul”, “Casablanca”, “Amarcord”, “Metrópolis”—, un cuadro al óleo de un amigo,
artesanías en greda de Quinchamalí y un telar de La Araucanía eran lo que más
recordaban las visitas cuando conocían su hogar.
No vivía con grandes
lujos. Si bien le alcanzaba para arrendar la vivienda y disfrutar los fines de
semana, su dieta consistía principalmente en arroz, tallarines, embutidos y
hamburguesas; hace años que no salía del país de vacaciones y tampoco se había
podido embarcar en la compra de una propiedad.
En materia sentimental, se
había convertido con los años en un solitario. Había mantenido algunas
relaciones de pareja estables luego del pololeo con Karla, pero no perduraban
mucho. Siempre sentía que no conectaba del todo con las chicas, no se sentía plenamente
a gusto y, dado que muchos le señalaban, admitía ser mañoso en el amor.
Justamente Karla terminaba siendo su confidente sentimental. Lo apoyaba y le
daba consejos, pero entendía que su amigo tenía asuntos emotivos no resueltos,
los cuales prefería no manifestarle con todas sus letras, pues era consciente
de que se ofendería.
Ella, por su parte, años
después del pololeo de estudiantes con Pavel, se había embarcado en una
relación muy profunda y duradera. Hizo planes de casarse y proyectos a futuro.
No obstante, este hombre terminó siendo una gran decepción para ella. Evidentemente,
fue un duro golpe para esta chica, quien buscó consuelo en Pavel. Desde
entonces volvieron a verse más seguido.
Algunas de estas historias
románticas fueron esbozadas por estos amigos a Étienne, pero sin llegar a
describir detalles ni profundizar en el tema. El francés era receptivo a
escuchar esta intimidad insinuada de los chilenos, a comentar con reflexiones
empáticas, pero no revelaba su propia vida interior a sus amigos. Sus
conversaciones versaban acerca del estilo de vida en París, de los lugares y
personas que frecuentaba, pero en un tono más cercano al relato sociológico que
al íntimo. Para Pavel y Karla la vida privada de este europeo seguía siendo un
misterio.
En el año 2019 los amigos
continuaban juntándose los fines de semana, cada cual durante la semana hábil
enfocado en sus asuntos y respectivos trabajos. Hasta que en octubre los
escolares comenzaron a evadir los torniquetes del Metro de Santiago, las declaraciones
de las autoridades de gobierno irritaron a la opinión pública y el viernes 18
de octubre Chile despertó. Pavel y Étienne habían conversado temprano ese día
para juntarse en la Plaza Ñuñoa después de trabajo. Karla se había sumado a
última hora, luego de desocuparse de las labores que hace años ejercía en una
productora independiente. Cada cual intentó tomar el Metro, encontraron las
estaciones cerradas a causa de las manifestaciones.
Durante los primeros días
del estallido social, conversaron bastante por WhatsApp. Los tres adhirieron al
sentimiento de indignación de los chilenos y, pocos días después, decidieron
sumarse a las manifestaciones en Plaza Italia. Resguardados por la Primera
línea, Pavel, Karla y Étienne protestaban en contra del neoliberalismo del
presidente Sebastián Piñera y de todo el sistema que por más de 30 años había
sumido al país en un estancamiento social, disfrazado de “oasis
latinoamericano” con cifras macroeconómicas que eran ciegas a la verdadera
hambre y miseria de sectores postergados y marginales.
Étienne les explicaba que
los argumentos de ciertos chilenos, así como del gobierno, que relativizaban
las violaciones a los derechos fundamentales de los ciudadanos sería, a oídos
de otros países, una broma de mal gusto, un postulado irrisorio, por no decir
estúpido. Esa mentalidad europea fue uno de los pocos puntos del discurso del
francés que le agradó a los demás.
Él entregó su mirada del
contexto del estallido social chileno a Pavel, por esos días, sacando a
colación las protestas similares ocurridas en Francia en años recientes y
décadas atrás. Fue entonces que instruyó a su amigo chileno acerca de los
factores políticos y sociales que jugaron un rol importante en la Revolución de
mayo del 98 en París, movimiento legendario en el cual también los cineastas de
la Nouvelle Vague participaron activamente.
A raíz del fragor
revolucionario y el nutrido intercambio intelectual de esos días, Pavel se
sintió inspirado para escribir acerca del movimiento social chileno de 2019,
pero desde un tintero creativo. La admiración por la película “Tres tristes
tigres” fue un ingrediente que quiso emplear como referente para reflexionar
acerca del estallido social.
Un viernes de protesta en
Plaza Dignidad, cansados de tanta irritación en sus ojos por las bombas
lacrimógenas, Pavel invitó a Étienne y Karla a recuperarse de la paliza
represiva de los carabineros en su hogar en el barrio Yungay.
—¿Llega a este nivel de
violencia la policía francesa en las protestas? —consultó Karla a su amigo
europeo, mientras mordisqueaba medio limón y se pasaba un pañuelo desechable
por los ojos.
—No, te aseguro que no es
lo mismo. Hay más proporcionalidad en el uso de la fuerza, al menos en París.
—Me indigna lo que ocurre.
Más todavía al ver cómo la prensa habla del estallido en la tele. Por eso he
pensado escribir sobre todo esto, dejar una constancia lejos del discurso
oficial…—intervino Pavel.
—¿Piensas escribir un
artículo de opinión? Podrías mandarlo a algún portal de prensa independiente.
—No, para eso están los
sociólogos. Quiero desarrollar la ficción, usar el simbolismo para decir lo que
realmente quiero decir.
—Interesante, Pavel.
¿Tienes algo en mente para comenzar? —, replicó Étienne.
—Claro, quiero hacer un
homenaje a la película “Tres tristes tigres” y, a la vez, escribir un guion con
mis ideas políticas sobre el estallido social, sin caer en lo panfletario.
—¿De nuevo con esa
fijación por Raúl Ruiz? No, vas a estropear todo el proyecto, en un filme
menor.
—Étienne, respeto mucho tu
erudición cinematográfica, pero creo que tú ves la realidad chilena desde una
mirada muy europea. Es un aporte, en algunos aspectos, pero en otros siento que
no te acercas mucho a lo que se vive acá…
—Soy hijo de chilenos.
¿Acaso crees que nunca me hablaron del golpe de Estado, de Allende, de la
dictadura de Pinochet?
—No me refiero a eso. Te
educaste en la sociedad francesa, estás acostumbrado a ese estilo de vida. No
sé, ¿alguna vez imaginaste que en Chile es común no pagar en la micro? No creo
que eso ocurra en París…
—¿Me estás llamando
colonialista?
—¡No, hombre! No me
malinterpretes. Sé que eres cercano a Chile, si a fin de cuentas viniste acá
por tus papás. Lo que pasa es que creo que has vivido una realidad muy distinta
a la chilena, lo que tiene sus virtudes, pero te hace más difícil entender ciertas
cosas. Nada personal.
Étienne le dejó claro a su
amigo que no estaba ofendido y que respetaba su punto de vista. En cuanto al
proyecto de guion, le indicó que, si bien no compartía el enfoque creativo,
valoraba la iniciativa de abordar el estallido social —frente al cual él también
se sentía muy comprometido— a través de una ficción de carácter simbólico.
Pavel continuó
investigando acerca de este filme. Luego de asociar ideas y ensayar mentalmente
líneas narrativas, comenzó a escribir el guion de su largometraje. Fue
avanzando de a poco, lamentaba no contar con más tiempo libre para concentrase
y escribir por más horas seguidas. Pero la mecha ya estaba encendida y no iba a
dejar que se extinguiese.
Con el paso de los meses,
tras mucha manifestación y rabia acumulada, el virus se propagó entre las vías
respiratorias de los chilenos y fue necesario ocultar parte del rostro con
mascarilla. Pavel pretendía seguir acudiendo a Plaza Dignidad, pero el llamado
a la conciencia de la Primera línea hizo que los hechos cayeran por su propio
peso.
Vino el encierro de la
cuarentena y el cineasta conversaba seguido con Karla. Ya en los primeros días
del anuncio oficial de la llegada del Coronavirus, Étienne avisó a sus amigos
que regresaría a Francia antes de que cerraran las fronteras. Los chilenos
fueron a despedirlo al aeropuerto. “Espero que te quedes con una bonita imagen
de Chile, a pesar de que viviste el estallido social y los pacos nos apalearon.
Esta siempre será tu casa, Étienne”, le dijo Karla, para luego abrazarlo. En
tanto, Pavel lo instó a mantener el contacto: “Conversemos, sigue escribiendo,
queremos saber de ti y contarte de nuestras vidas de aquí en adelante”. El
francés se emocionó, abrazó efusivamente a Pavel y dejo una promesa: “Apenas
llegue a París les escribo. Y quiero saber de ustedes, de cómo sigue Chile
ahora que el estallido está en pausa. Me interesa saber cómo avanza tu proyecto
de guion, Pavel. No se van a deshacer de mí tan fácilmente. Hablaremos”. Lo
vieron despedirse desde lejos una vez franqueado el control de policía internacional.
Sus promesas se las llevó
el viento. A los pocos días, pareciera que a Étienne se lo hubiera tragado la
tierra. Karla y Pavel se ofendieron mucho y confirmaron, tras la profunda
decepción, que nunca conocieron realmente a este francés.
El aislamiento en el hogar
por medidas sanitarias fue un incentivo para que Pavel se volcara a escribir su
guion de largometraje. Ejerció la docencia por videollamadas, pero de todos
modos contaba con más horas libres que antes dado que no podía salir a la
calle. Se concentró en su trabajo creativo.
Conversaba seguido con
Karla. Se apoyaron en la soledad que significaba el aislamiento físico de ese
período. Asimismo, Pavel le iba contando de los avances en el guion,
compartiendo escenas y diálogos, que ella comentaba, entregando en ocasiones
consejos para mejorar el proyecto. El cineasta se fue encariñando con este
libreto.
Con la llegada de la
primera vacuna contra el Covid-19 y el proceso masivo de inoculación, Pavel
también fue uno de los santiaguinos que quiso aprovechar los permisos para
salir y reencontrarse con la vida bohemia. Un café en el barrio Bellas Artes
con Karla fue uno de sus primeros panoramas.
Un viernes por la tarde,
cuando regresaba de una reunión en el instituto donde hacía clases, quiso pasar
a beber una cerveza y comer un buen chacarero en el Chancho Seis, una de sus
picadas favoritas en el barrio Yungay.
Mientras comía, iba a
ratos leyendo “La poética del cine”, obra capital de Raúl Ruiz. Disfrutaba
tanto la lectura como la comida, pero en una breve pausa se percató de que una
atractiva colorina lo miraba insinuante desde una mesa cercana.
No iba a hacer caso de la
señal, pues solía sentirse desengañado de esas situaciones fortuitas, pero la
chica se levantó de su silla y se acercó a él.
—Hay que derrocar la
dictadura de la Teoría del Conflicto Central, ¿cierto?
—Perdona, ¿quién eres? —le
preguntó Pavel, sorprendido.
—Una admiradora de Raúl
Ruiz, al igual que tú…
—No, si me doy cuenta de
que te leíste este libro —la interpeló, enseñando la edición impresa entre sus
manos—. ¿Siempre eres tan directa al acercarte a un desconocido?
—No siempre, sólo cuando
alguien me interesa de verdad. Soy Andrómeda, fotógrafa. ¿Con quién tengo el
gusto?
—Me llamo Pavel —respondió
ya más tranquilo—. ¿Quieres sentarte?
—Creí que no me lo
pedirías —expresó, para luego acomodarse en la silla a su lado.
Si bien Pavel no estaba
acostumbrado a que lo abordara una mujer de esa forma, de inmediato se sintió
muy atraído por Andrómeda. Era una chica treintañera muy bonita, vestía con un
estilo post punk de buen gusto, y su voz grave la hacía más sensual a los ojos
del cineasta. Le cautivó su perfume, ese sabor a vainilla y ámbar, que no
recordaba el nombre de la esencia, pero le evocaba recuerdos de un amor de
verano. Además, una vez que estuvo sentada, enarboló un discurso acerca de
directores de fotografía renombrados— enfatizando en los que habían trabajado
con cineastas de la Nouvelle Vague y chilenos en Francia, como Ruiz y
Marchant—, siendo muy intensa y asertiva en sus juicios de valor, lo cual
despertó en Pavel una sensación de estar ante una mujer de carácter, muy
distinta a Karla u otras chicas con las que había compartido intimidad.
Del cine pasaron a
intercambiar vivencias personales e íntimas. Andrómeda era empática con las
confesiones de Pavel. Avanzada la conversación, que aderezaron con varias
cervezas, él se sintió atrapado en la seducción de esta chica.
Faltaba poco para iniciar
el toque de queda y Pavel no quería despedirse, pero había que volver a poner
los pies en la tierra.
—Andrómeda, me encantaría
seguir conversando, pero va a empezar el toque de queda.
—¡Cresta! Tienes razón, se
me pasó la hora volando. No alcanzo a llegar a mi casa…
—¿Dónde vives?
—En La Florida, ni cagando
llegó, ¿qué voy a hacer?
Pavel sentía que la
oportunidad de invitarla a pasar la noche a su casa parecía caída del cielo. Le
atraía mucho Andrómeda, pero no era tan audaz en la intimidad. Podían
intercambiar teléfonos, por supuesto, pero pensó en ese instante que un
encuentro sexual con una mujer como ella, aunque fuera precipitado para su
forma de ser, no era algo que se le presentaba con mucha frecuencia. Decidió
ofrecerle quedarse en su casa, ambos conscientes de que eran personas grandes y
que sabían a lo que iban. De todos modos, el cineasta— no del todo seguro de
cómo sería esa noche—, le pidió que intercambiaran números telefónicos.
Andrómeda aceptó con gusto
la invitación y, una vez cruzado el umbral, le preguntó a Pavel si tenía pisco
y Coca-Cola para continuar la conversación de manera más amena. Afortunadamente
para él, contaba con una botella casi llena y la bebida, preparó dos vasos. Los
dejó sobre la mesa de centro del living y se disculpó unos minutos para ir al
baño.
Cuando regresó, Andrómeda
estaba de pie, con el vaso de piscola en la mano, mirando el afiche de la
película “Terciopelo Azul” colgado en uno de los muros. El actor Kyle MacLachan
sostiene con su brazo izquierdo, el torso desnudo, a la misteriosa Isabella
Rossellini, con un vestido negro de escote en v, con los ojos desvaídos mirando
hacia un costado, mientras el joven la observa silencioso hacia abajo, en una
imagen tan enigmática como sensual.
—¿Eres de las fans
incondicionales de David Lynch? —le preguntó.
—Me gusta su cine, pero no
creo ser tan fanática. En todo caso, no creí que fuera de tu línea
cinematográfica.
—Tengo el afiche más de
adorno que por admiración, Andrómeda. Valoro mucho a Lynch, pero en este caso
me gusta más la estética del cuadro —le aclaró y ella no pudo evitar una
sonrisa fugaz—. ¿Qué es lo gracioso?
—Nada, es que solamente
pensé por un momento que eras de los hombres que tienen como fantasía a la
femme fatale, como Isabella Rossellini en esta película —Pavel se sonrojó—. ¿Me
ves como una femme fatale? Si quieres, me sostienes —, e hizo el gesto de
reclinarse levemente hacia atrás invitando a Pavel a estirar el brazo bajo su
espalda. Él sonrió.
—No caigamos en
estereotipos, Andrómeda —salió del paso al sentirse desnudado en sus
sentimientos y bebió varios sorbos de piscola.
Luego se sentaron en el
sofá y Pavel le contó acerca de su trabajo y sus proyectos, sus anhelos más
íntimos. De un momento a otro estaban besándose. Él se sentía como dentro de
una película, no creyendo que la situación fuera del todo real, pero disfrutándola
mucho. Por momentos, abrió los ojos y creyó encontrar una similitud física
entre Andrómeda e Isabella Rossellini. Era muy loco, a fin de cuentas, la
actriz lucía pelo negro en el filme de Lynch. Ese mareo sensual en que se vio
envuelto parecía lleno de música silenciosa y los muros de su casa tendían a
modularse suavemente al compás de esos acordes etéreos.
Minutos después terminaron
sus tragos y decidieron continuar en la cama de Pavel. Una placidez azulada
embargó las sensaciones del cineasta, quien fue absorbido en un trace
hipnótico. Deseaba que no se extinguiese.
Pavel despertó ya avanzada
la mañana. Sufría un intenso dolor de cabeza. Maldijo e intentó hacer memoria
sobre lo ocurrido anoche, le constaba pensar con claridad. “Claro, la
pelirroja, Andrómeda”. Todo parecía como
una película. Miro a su lado y el resto de la cama estaba vacía. Se levantó a
tientas y fue al baño, para luego salir al living a mirar si ella seguía en su
casa. Incluso la llamó en voz alta desde el pasillo. No había rastro de la
mujer.
Bebió mucha agua y, luego
de un improvisado desayuno, ingirió dos tabletas de paracetamol. Una vez más
despejado miró su teléfono. Llamó a Andrómeda, pero apareció la típica
grabación que conduce al buzón de voz. Le escribió al WhatsApp, sin que
apareciera el mensaje con la señal de “visto” tras varios minutos. Buscó si
había dejado algún mensaje en un papel, pero nada. Y entonces se percató que en
su habitación no estaba el notebook.
—Pavel, cálmate un poco,
no te entiendo. Explícame desde el principio —le aconsejó Karla, luego de que
su amigo la llamara, atropellándose con las palabras por la desesperación.
—Conocí a una chica ayer
por la tarde. Vino a mi casa porque estaba por comenzar el toque de queda.
Terminamos en la cama. Amanecí con dolor de cabeza, creo que le puso algo a mi
trago anoche. Y se robó mi computador.
—Pucha, Pavel, qué
irresponsable. ¿Cómo no te cuidas?, ¿sabes algo de esta mina, tienes su
teléfono?, ¿quién es?
—Se llama Andrómeda, pero
no me extrañaría que no fuera su nombre. El teléfono no responde, tampoco hay
señales en su WhatsApp. No sé, Karla, es muy raro. Reconozco que me dejé
llevar, de caliente. Fui muy ingenuo.
—Tienes que hacer la
denuncia en Carabineros. ¿Tenías archivos muy importantes?, ¿tienes respaldo?
—Mira, material docente
que puedo recuperar, entre otras cosas. Lo que sí me duele es que en el
notebook estaba el guion del largometraje sobre el estallido social, que como
sabes estaba casi listo y no hice ningún respaldo. Voy a ducharme y después a
la comisaría.
Al hacer la denuncia,
Pavel sintió vergüenza al relatar los hechos. El sargento que le tomó la
declaración fue muy claro en explicarle que era difícil dar con el paradero de
esta persona sin contar con datos certeros acerca de su identidad. El cineasta
le indicó el nombre y apellido con el que se presentó la mujer, advirtiendo de
inmediato que no tenía seguridad de que fuera una identidad real. Asimismo, le
proporcionó el número de teléfono de Andrómeda y el policía señaló que lo
investigarían.
Por la tarde, Karla visitó
a su amigo. Lo acompañó en estos tristes momentos y le hizo prometer que, de
ahora en adelante, se cuidaría. Pavel reconoció que lo más doloroso no era la
pérdida del computador ni su valor material —poco tiempo después se compraría
un nuevo notebook echando mano a uno de los retiros del diez por ciento de los
ahorros previsionales—, sino más bien el sentirse engañado, haber sido tan
ingenuo y, sobre todo, que el guion del largometraje acerca del estallido
social, una iniciativa muy querida, esfuerzo que le había insuflado ánimo en la
soledad de la pandemia, ahora se hacía sal y agua, y todo por haberse creído un
galán de película de vanguardia.
Meses después, Carabineros
le informó que el número proporcionado, el que Pavel registró como contacto de
Andrómeda, correspondía a uno de prepago, por lo que se hacía imposible
individualizar a la persona que alguna vez lo ocupó.
Para entonces el cineasta
ya había asumido que era muy poco probable que encontraran a esa misteriosa
mujer. El hecho le parecía ahora una escena propia del cine de David Fincher. De
todos modos, lamentaba haber perdido algo realmente valioso.
Hasta que en octubre de
2022 las imágenes del filme de Reinaldo Marchant le reventaron en la cara como
una ola furiosa. La secuencia de recuerdos desfiló por su mente al tiempo que
caminaba desde el cine bajo el Palacio de La Moneda hasta su hogar en el barrio
Yungay.
No era tan tarde cuando
estuvo en casa y decidió llamar a Karla.
—Vengo de la Avant Premier
de “Rebelión en París”, la película de Reinaldo Marchant. No vas a creer lo que
sucedió.
—Pavel, ¿no me digas que
hablaste con Marchant?, ¿o lograste conocer a un productor importante?
—No, nada de eso. Es todo
muy raro, puede que pienses que estoy loco, pero tengo la sensación de que
parte del guion que escribí sobre el estallido social fue plagiado en la cinta
de Marchant.
—No sé… Tendría que ver la
película. ¿Qué te hace pensar eso?
—Es que hay muchas
coincidencias. La estructura de la historia, el homenaje implícito a “Tres
tristes tigres”, el triángulo de protagonistas, hasta algunos diálogos casi
textuales a los de mi guion.
—Mira, necesito ver la
película primero. Tengo entendido que se estrena al público general en pocos
días más. Cuando la haya visto, si quieres nos juntamos y ahí puedo comentarte
qué tan reales son sus sospechas. Cuídate, Pavel.
Las palabras de su amigo
le parecieron a Karla un poco descabelladas. Tal vez está pasando por un mal
momento, pensó. Quizás el episodio del robo de su computador al hacerse el
galán había calado mucho más hondo de lo que creía. De todos modos, estuvo atenta
al estreno de “Rebelión en París” al público general y, una vez que esto fue
anunciado en redes sociales y medios de comunicación, no perdió oportunidad de
hacerse un tiempo luego del trabajo para ir a una sala de cine.
Quedó confundida después
de la función. Quizás Pavel no está siendo tan paranoico, pese a lo inaudito de
los hechos, pensó. Coordinó visitar a su amigo el sábado por la tarde para
conversar el tema con calma.
—Siendo sincera, cuando me
llamaste después de la Avant Premier pensé que te estabas pasando rollos, que
te perseguiste. Pero ahora que vi la película, no sé, igual es heavy, cuesta
creerlo, pero hay mucho de sospechoso en todo esto.
—Qué bueno que me
entiendas ahora, Karla. ¿Qué te hizo pensar mejor lo que te dije por teléfono?
—No leí completo tu guion,
pero sí muchas escenas, justamente aquí, en tu casa. Además, me contaste
detalladamente la historia. Entonces, claro, uno puede pensar que el cine de
Ruiz es muy universal, que a muchos le gusta, pero el enfoque que se te ocurrió
es precisamente el que ocupa Marchant. Y también noté algunos diálogos que me
sonaban familiares de los que escribiste. No deja de impresionarme todo esto…
—¿Y se te ocurre cómo pudo
haber sucedido, en caso de que realmente hubiera un plagio?
—Pavel, no me manejo tan
bien con los derechos de propiedad intelectual. Me suena más a que esto fue, si
asumimos que ocurrió, un robo de ideas. Pero no dejaría de ser grave. Está más
que claro que esa mina, Andrómeda, habría jugado un papel en este entuerto.
—Seguro, nunca me compré
que el robo del notebook fuera por el valor material. Esa chica, aparte de ser
extraña y loca, no parecía estar buscando hacerse la América. Pero, si
efectivamente fue así, si me sedujo con el exclusivo propósito de robar mi guion,
¿cómo supo de todo esto?, ¿cómo diablos fue a parar el texto a Marchant?
—Es que no entiendo qué
relación podría tener esa loca con Marchant. Cuando se conocieron, ¿dijo algo
que ahora te haga ruido?
—Recuerdo que estaba
leyendo “La poética del cine” cuando se acercó a mi mesa. Hizo gala de su
bagaje en dirección de fotografía— lo que me sedujo, qué tonto—, y mencionó a
muchos maestros de la cinematografía… A ver, claro, también me habló de la
Nouvelle Vague, de Ruiz e incluso de Marchant, ahora me acuerdo…
—¿Te pareció que era
extranjera?, ¿tenía un acento francés?
—¿Andrómeda? No, Karla.
Era una chica sofisticada, con mucho estilo, pero tan chilena como tú o como
yo. A no ser que…
—¿Estás pensando lo mismo
que yo?, ¿Andrómeda conocía a Étienne desde que estuvo en Chile?
—Karla, la verdad, no lo
había pensado. Me cuesta creerlo. Étienne, ese francesito chanta. Pero ¿cómo
tanto? ¿Quién mierda es ese huevón?, ¿cómo tan turbio?
Su amiga lo quedó mirando,
tan perpleja como él. Ambos entendían que las piezas del puzle encajaban a la
perfección, pero continuaban resistiéndose a la idea de que existiesen personas
tan oscuras y, sobre todo, que ese francés los haya engañado con tal nivel de
frialdad y perversión.
“Rebelión en París” se
convirtió en todo un éxito cinematográfico. Elogiada por la crítica
internacional, que destacó la mirada lúcida de Marchant sobre los procesos
sociales en Europa y Chile, también fue reconocida en festivales de cine de
diferentes capitales de la cultura a nivel mundial. Y en la larga y angosta
faja de tierra también hubo flores a granel para este cineasta. Los medios
tradicionales de comunicación valoraron la creatividad de Marchant para
elaborar el discurso político, más allá de no comulgar con las ideas en
específico. Y ni hablar de la clase política gobernante, quienes canonizaron al
director de cine exiliado, argumentando que prácticamente vino a otorgar un
significado trascendental a la revuelta social de 2019, escondiendo debajo de
la alfombra las críticas al presidente Boric por su abandono a las víctimas de
la represión policial. En una visión general, la película de ficción logró
matizar la gran desazón de miles de chilenos que salieron a las calles en
octubre de 2019, o bien apoyaron a los manifestantes agradeciendo a la valiente
juventud.
Pavel y Karla se sintieron
espectadores ajenos a este punto de giro cultural que sucedía a su alrededor.
No quisieron comentar entre sus amistades cinéfilas el eventual robo de ideas,
consideraron que solo obtendrían burlas o desconfianza en caso de relatar estos
hechos.
Estos amigos decidieron
seguir con sus vidas. Pavel obtuvo más módulos pedagógicos en el instituto
donde hacía clases y Karla participó en una serie de producciones por encargo,
en su mayoría publicitarias, conservando su trabajo en la empresa en buen pie.
Transcurridos tres años
desde el estreno de “Rebelión en París”, Karla comenzó a notar ciertos hechos
llamativos en la productora donde trabajaba.
—Pavel, quiero hablar
contigo. ¿Te parece si voy a tu casa en un par de horas?
Su amigo le respondió que
sí, que podría venir, pero quería enterarse qué era tan importante, que se lo
contara por teléfono, ya que por su tono de voz aquello pintaba para una
revelación.
—Tranqui, ya conversaremos. Prefiero contarte en persona.
—Me sorprendió tu llamada,
Karla. Siempre eres bienvenida en esta casa, pero no entiendo la urgencia.
Dale, cuéntame, me muero de curiosidad…
—A fines del año pasado,
una fotógrafa empezó a colaborar con la productora. No trabaja de planta, sino
en filmaciones puntuales, pero mantiene cierta regularidad en la oficina de
Providencia.
—¿La conozco?, ¿cómo se
llama?
—Melissa, pero vamos con
calma. Al principio no le presté mucha atención a esta chica. De hecho, me caía
un poco mal: tan engrupida y avasalladora. Pero unos días atrás, la Pame
Ramírez llegó comentando a la oficina que había ido a un carrete en el departamento
de esta fotógrafa. Hasta ahí nada de qué preocuparse, pero en medio de la
conversación con otras compañeras de la productora —yo estaba escribiendo en el
compu y cada cierto rato paraba la oreja—, repitió varias veces “el franchute”,
“el franchute”, y otra vez, “el franchute” …
—Karla, por favor anda al
grano. ¿Esto es sobre quien creo que es?
—Sí, Pavel. Étienne está
en Chile. Cuando escuché a la Pame pensé que era una anécdota que hablara de un
francés, pero sólo por estar intrigada me sumé a la conversación con las
chiquillas. Me contó que Melissa vive en Ñuñoa y que esa fiesta estaba llena de
gente muy progre, bohemia, del tipo intelectual, y ese francés se está quedando
en el departamento de esta fotógrafa. Cuando me dijo que se llamaba Étienne no
lo podía creer.
—A ver, pero ¿estás segura
de que es él?, ¿no será alcance de nombres?
—Le pregunté a la Pame si
había tomado fotos de ese carrete. Me dijo que pocas, que había disfrutado la
fiesta, pero hubo algunas que publicó en su cuenta de Instagram —comentó Karla
mientras sacaba del bolsillo su teléfono celular.
Pavel quedó estupefacto al
ver la fotografía en la pantalla. Era el mismo Étienne —el mismo que los había
engañado— quien aparecía en la imagen. Y no sólo eso: estaba abrazado de
Melissa, el verdadero nombre de la pelirroja que le había asegurado llamarse
Andrómeda.
El hombre quedó pensativo
unos minutos. Guardaba mucha rabia, pero quería tomar una decisión con la
cabeza fría.
—¿Le puedes preguntar a la
Pame la dirección de esa mina?
—No es necesario. Creo que
Melissa envió su currículum a la productora. Puedo encontrarlo y saber la
dirección exacta.
Un sábado por la tarde,
Melissa cerró la puerta de su departamento y bajó las escaleras. Iba a visitar
a su hermano en La Florida, sería un encuentro breve y puntual. La estación
Estadio Nacional del Metro era la más cercana, a unos diez minutos caminando.
Sus pensamientos giraban en torno a temas familiares y de trabajo, pero de
golpe su atención se concentró en una cara que le sonaba conocida, una mujer
que vio en la explanada de su edificio.
—¡Melissa! Qué gusto
encontrarte…
—Hola. Ah, ya sé. Tú
trabajas en la productora de cine y televisión, ¿cierto?
—Así es. Me alegra que te
acuerdes de mí. Soy Karla, por si no lo sabías.
—Disculpa, no conozco a
todos allá. Es que sólo voy de vez en cuando. Al menos tú sabes mi nombre…
—¿Cómo no lo iba a saber?
Melissa, la fotógrafa, la colorina intensa, la femme fatale. ¿O debo decir mejor
Andrómeda?
—¡¿Qué onda?!
—Vine acompañada —, señaló
Karla, y de inmediato, por detrás de unos locales unos metros más atrás,
apareció Pavel.
—¡Oigan!, ¿qué pretenden?
¿Es una encerrona?, no estoy para jueguitos…
Melissa intentó seguir su
camino, pero Pavel la detuvo sosteniéndola por los brazos.
—¡Suéltame, huevón! Voy a
gritar, imbécil. ¿Quieres que llame a los pacos?
—Cálmate, el problema no
es contigo. ¿Quieres que dé tu dirección a los pacos? ¿Acaso pensaste que no
hice la denuncia del robo de mi notebook, “Andrómeda”?
—Pavel, dejémonos de
escenitas. Esto no es una película de suspenso. Ya, reconozco que fue una
estupidez lo que hice, pero ¿era necesario que me buscaras? ¿Tanto te importa
un viejo notebook? Han pasado cinco años desde que nos conocimos…
—Melissa, ahora que sé que
ese es tu verdadero nombre, no me interesa el computador. Escucha con atención.
Pásame las llaves de tu departamento y tu celular. Espera aquí junto a Karla y
no intentes hacer nada estúpido. Si lo haces, te juro que voy a avisar a los
pacos de tu dirección en la denuncia por robo.
—A ver, qué pretenden.
Parece que han visto muchas películas melodramáticas. Pavel, por favor, no
hagas tonteras.
—Tus llaves y el celular,
estoy hablando en serio —le ordenó Pavel. Melissa optó por entregarle esas
pertenencias. No entendía bien a dónde iba a llegar todo esto, pero creyó que
era mejor que siguiera su curso, fuese cual fuese.
Étienne estaba tendido
sobre la cama, fumando mientras leía una novela latinoamericana. De pronto
sintió abrirse la puerta del departamento.
—¿Chérie?, ¿olvidaste
algo? —dijo, y fue al encuentro de su amante a la entrada.
Su cara se desencajó al
ver a Pavel, furioso. Sonrió con nerviosismo, tratando de bajar el perfil a la
situación. Pensó en huir, pero el hombre estaba en el trayecto a la puerta y
supo que era evidente que no podría esquivarlo. Tenía su teléfono celular en la
habitación e iba a correr hacia ella, pero quien era su amigo chileno lo encaró
antes de que lograra moverse.
—¿Esperabas a Melissa,
francesito? Melissa, Andrómeda, o como quiera que se llame, ¡hijo de puta!
—Pavel, vamos, ¿de qué
estás hablando?
—¿Ni siquiera reconoces lo
que hiciste? —empujó a Étienne, quien retrocedió asustado—¿No eres capaz de dar
la cara? ¡Cagón!
Pavel golpeó certeramente
a Étienne en la cara. El francés cayó al lado de la mesa de centro de vidrio,
sin quebrarla, pero botando algunos adornos que estaban encima. El chileno
ordenó lo que se había caído.
—¡Levántate! —, le exigió
al francés mientras lo tomaba por las solapas de la chaqueta de tweed.
—Pavel, no tenías que
llegar a esto. Dejémoslo hasta acá, no seas exagerado.
—¿Te parece poco? —le
asestó otro golpe en la cara. Étienne fue a dar contra un librero y esta vez
hizo caer unos libros— ¿Para esto hiciste amigos en Chile? De seguro piensas
que a los indiecitos no les alcanza la cultura, colonialista de mierda…
El chileno acomodó los
libros en su lugar. Volvió a tomar a Étienne de las solapas y noto que sangraba
de su labio inferior. El francés estaba asustado.
—Pavel, no entendiste
nada… compartimos en el estallido social, éramos amigos, de verdad…
—¡No me vengas con
huevadas! ¿Sabes?, no me importa tanto que me hayas robado el guion. No eres
más que un farsante que ni siquiera tiene talento. Lo que me emputece es que te
hayas aprovechado de mí y de Karla…
—Tu querido Raúl Ruiz,
Pavel. No habrías sido capaz de filmar esa película en Chile, no como se
merecía esa ficción. Te tomaste muy en serio el cine local. Necesitas ampliar
tus horizontes, o tal vez terapia…
El chileno arremetió con
todo en contra del francés. Un golpe certero en la cara, otros dos en la boca
del estómago. Étienne estaba retorciéndose de dolor en suelo. Pavel lo remató
con una patada en las costillas.
—Eso fue lo que nunca
entendiste, Étienne. No fuiste capaz de hacer a un lado tus aires de
superioridad europea. ¿Qué pensarían tus padres chilenos si te vieran ahora?
Ahora, después de una paliza por creerte una lumbrera del cine.
El francés lo miraba
desconcertado. Pavel dio media vuelta y abandonó el departamento.
Cuando llegó a la
explanada del edificio, encontró a Melissa discutiendo con Karla. Al notar su
presencia, ambas quedaron en silencio. Pavel le estiró en una mano las llaves
y, en la otra, su teléfono.
“Ya tenemos las cuentas
saldadas. Anda ahora a asistir a tu Jean-Luc Godard”. La colorina vio a la
pareja alejarse tranquilos y satisfechos, como el desenlace visual de una
película, pero sin música incidental.